El cine político está de moda. Son tiempos de pensamiento crítico en EEUU, ahora se lo pasan bomba desenmascarando sus intrigas internacionales. Un tiempo de reflexión que no necesariamente aporta al séptimo arte obras de demasiado valor cinematográfico. Casi todas ellas son simplemente productos útiles (o no) que tienen una fecha de caducidad alarmantemente corta. Cine serio, rodado sin permiso para la imaginación, aplicando todo la estética que el cine independiente ha aportado al documental de acción.
En esta no sale George Clooney. Al frente tenemos a dos actores emergentes, por un lado Jake Gyllenhaal, que se encuentra entre mis actores favoritos, con grandes interpretaciones como la Zodiac o Jarhead; y por otro lado, Reese Witherspoon, que empezó siendo Una rubia muy legal y terminó ganando el Oscar por En la cuerda floja. Una carrera muy acelerada la de esta chica. A mi modo de ver, su nivel interpretativo es superior a las comedietas en las que empezó pero tampoco se puede decir que sea de Oscar.
Pero hay más estrellas, como por ejemplo, la archiconocida Meryl Streep que se encontrará como pez en el agua en este género. También participa Alan Arkin, que a su vejez se ha dado a conocer gracias a Pequeña Miss Sunshine.
El director, el sudafricano Gavin Hood, ya tuvo éxito con otra película de denuncia, algo mediocre a mi entender, Tsotsi. Claro que para este género no es necesario un director especialmente interesante, basta con que sea mínimamente solvente.
A pesar de que en el festival de Roma la película cosechase sus buenos aplausos, no me motiva lo más mínimo. De momento concedo esos aplausos más a la intención del mensaje que al valor de la película. Me temo que será otra aceptable película gris sobre las injusticias a gran escala.