En unos minutos de prólogo, Guillermo del Toro despacha toda la información necesaria y nos planta el primer combate con un temido clase 4. Se pasa por el forro así las cada vez más rutinarias primeras entregas de una saga, que pierden la mitad de la película en ir entrando al tema. Aquí estamos ya en harina desde el principio y da miedo que quizá no haya tema para mucho más. Pero lo hay. Del Toro es un gran amante del fantástico y nos seduce con otros mundos, con el misterio de la brecha, y sobre todo con ese puente neuronal que da tanto juego. Le saca todo el partido, forzando parejas, jugando con los cerebros colmena de los Kaiju. No se deja nada.
Claro que lo más importante es que
sabe darle a cada cosa su justa medida. Si nos aburriera con los
sencillos traumas de los protagonistas, sería excesivo. Pero no, los
usa lo justo para conseguir que la película avance sin que se
convierta en un simple derroche de catástrofes. Quizá falla un poco
el héroe, demasiado héroe, con un Charlie Hunnam que no tiene demasiado carisma, especialmente al lado de la presencia imponente de Idris
Elba y la deliciosa Rinko Kikuchi. Después tenemos una
serie de personajes que rozan el ridículo (los científicos, el
traficante...) pero que, una vez más, están situados en su justa
medida y sirven de lubricante para una película de más de dos horas
que pasa volando. No hay tiempos muertos, empieza con fuerza y no
decae. Es sólida como Jaeger.
Pero vamos a lo importante: los
combates. Los efectos especiales son de lo mejorcito. Integrados a la
perfección con la niebla, el agua, las luces de la ciudad. Uno no
tiene la sensación de estar asistiendo a la clásica secuencia
generada por ordenador, ni parece -como ocurría en Guerra Mundial Z-
que estén muriendo un montón de muñecos de goma. Es contundente. Y
ayuda una planificación más propia de imagen real -y con gran
inspiración de los clásicos japoneses- con esos zoom al detalle
para que no nos perdamos nada de lo que ocurre. Un constante cuidado
en mostrar la escala de la pelea. Una destrucción absoluta sin límites. Tanto los monstruos como los robots tienen una gran
personalidad visual. No sobra ni un minuto en los combates, aunque quizá el último, debajo del agua, sea algo confuso.
La película del verano, sin duda. Por
fin vemos acción que sabe encontrar el tono entre la ligereza y la
fuerza.