La seriedad con la que pueden desde Irán contar una historia como esta, en la que un barco es domicilio para no desguazarlo aunque su capitán trampee a sus vecinos, es digna del mayor de los respetos. Si esta misma intención formara parte de la sencillez de guión y tan sólo la opción gráfica de una risa cada cuatro minutos, me exaltaría, pero con la tranquilidad y la dureza con la que seguro se trata esta isla de hierro, sólo puedo al menos esperar aunque al final no haya demasiado que aplaudir.