Que nadie se nos confunda, esta película no va en el rollo (ya cansino) de biopics sobre músicos y musiquitos que últimamente tanto abundan, estilo Ray y similares. Esto es otra cosa completamente diferente. De estar más cerca de algo, lo estaría de la magistral The last waltz, de Martin Scorsese; una suerte de documental musical, vamos.
Si el título de Scorsese se centraba en el último concierto que ofrecía la mítica The band, acompañada en esa elegía monumental de rock y fiesta por grandes como Bob Dylan o Van Morrison, aquí es Jonathan Demme (con lo cual tampoco es moco de pavo, la mano que dirige el invento) el encargado de acercarse, en este caso, a dos nochs sucesivas de concierto del legendario Neil Young. Otro animal del escenario.
Imagino que tal y como hiciera Scorsese en aquel trabajo (el director de El aviadorya estuvo y pintó mucho en el influyente documental sobre Woodstock y luego marcó definitivamente el camino a seguir, en este tipo de películas, con El último vals), Demme echará el resto en las actuaciones de Young, buscando siempre su figura y prácticamente dejando al público en segundo, tercer, cuarto plano... pero, por supuesto, guardando metraje para enfrentar a Young con la cámara. Sentarle y hacerle hablar. Indagar en sus palabras, en su mirada, en su persona.
Demme ha demostrado hasta ahora buena mano en algunas de sus mejores películas, pero esto que afronta es un tema completamente diferente. Otro trabajo. Casi diría que incluso otro arte. Confío en que cuaje un material de calidad aunque, las cosas como son, sea un título sobre todo y casi únicamente para fans de Neil Young o, cuando menos, de ese estilo de música.