Después de dos propuestas muy arriesgadas como fueron Hunger y Shame, el prometedor cineasta Steve McQueen ofrece aquí una película mucho más asequible, más convencional. Pero, cuidado, que la decepción porque esta no sea la película del año no nos impida ver su excelencia. Por otra parte, lo que en el cine de este director resulta "asequible" sería una obra muy poco condescendiente en la filmografía de muchos otros.
Como en sus obras anteriores, McQueen
consigue transmitir un ambiente asfixiante y agotador. En sus tres
películas, el director ha centrado todas sus energías en lo mismo:
vivir a fondo el infierno de sus personajes. Hemos visto docenas de
películas sobre la esclavitud, algunas incluso este mismo año, pero
12 años de esclavitud te obliga a vivirla, desde los
detalles más cotidianos, como conseguir una pluma, como tener sexo
en una habitación repleta de gente durmiendo. La angustia de perder
la libertad, cercana a un thriller de terror. La gran diferncia es que esta película no se para en los latigazos o en los abusos. Nos muestra la cosificación del esclavo, su falta absoluta de intimidad o de cualquier otro rasgo que dignifique la vida humana. No es solo la falta de libertad, sino la deshumanización absoluta. Son propiedades, y esto queda muy bien remarcado a través de diferentes detalles.
En sus dos primeras películas, McQueen
conseguía esta inmersión sin apenas palabras ni situaciones convencionales. Su
formación en videoarte le servía para plantear la belleza del
horror desde un planteamiento básicamente audiovisual. Aquí recurre
más a contar una historia según los cánones clásicos, en gran
parte porque se basa en una novela autobiográfica escrita en el
siglo XIX, aunque también juega con algunas decisiones más
plásticas. El plano de las aspas del barco, acompañado de la banda
sonora de un Hans Zimmer más experimental, no le tiene nada
que envidiar al ambiente malsano de Paul Thomas Anderson en The
Master. El primer plano puramente lírico de Chiwetel Ejiofor -que se luce
con un trabajo muy preciso- en el que "nos mira" a
través de la pantalla. La sobrecogedora escena del ahorcamiento, con
un plano brutal que contrasta el horror con la rutina. En cuanto a la
narración, se muestra algo juguetona al principio con cierto
desorden temporal, aunque pronto se normaliza.
Convencional o no, es
terriblemente cruda. Sin concesiones a la suerte o las hazañas
valientes. La realidad, terrible y descorazonadora. La violencia
descarnada, con la carne haciéndose trizas. Los golpes brutos (como
la jarra a la cara) dejan muy clara la concepción de cosa, de
propiedad de los esclavos. Esta violencia está rodada de una manera
casi obscena, impactante sin caer en el gore o en la caricatura.
Michael Fassbender nuevamente muestra una energía animal, una
mirada que atemoriza, porque esconde a una fiera a punto de morder.
Tanto él como Paul Dano, muy afinado también en su papel,
representan la furia del desgraciado. Todo el amplio reparto funciona
de maravilla.
Como las anteriores, una película dura
de ver, difícil de tragar, que te obliga a asimilar al máximo la
tragedia, sin caer en el sentimentalismo. En un tono más accesible
para el gran público esta vez, pero sin perder su buen nivel de
calidad.