Pixar está en la cima. Hace tiempo que dejó atrás a sus rivales, que sólo pueden aspirar al público infantil con tonterías vistosas como Monstruos contra Alienígenas. Están abonados al Oscar de animación e incluso empiezan a optar al de mejor guión original. Arrasan en taquilla, la industria los avala, pero ya hasta los festivales de cine más prestigiosos se los rifan. Mañana será la película inaugural de la sección oficial en Cannes. Quizá la cosa se está desorbitando un poquito, pero lo que está claro es que son los mejores.
En esta ocasión, imaginación con toques mágicos, seguramente más cercano a los cuentos infantiles que los trabajos de Brad Bird. Que no se entienda el adjetivo infantil en este caso como algo negativo. No es infantil, como suele ser, por tener un sentido del humor facilón, o argumentos manidos y simplones. Lo será por su imaginería y por acercarse a la mente de un niño repleta de los imposibles que la realidad nos va destruyendo. No se aprovechará de la inexperiencia del espectador más joven sino que se apoyará en la mente abierta con la que afronta el mundo.
Casi sobra decir que la calidad técnica será puntera, simplemente lo mejor que hayamos visto en 3D. Otra cuestión es que artísticamente esté a la altura de algunas de sus antecesoras. No creo que veamos nada como las brillantes secuencias de la tierra devastada de Wall E. Nada tan afinado, aunque sí habrá espectáculo.
Eso sí, cuando ya se está en la cima, el único camino es hacia abajo.