El cambio de género no ha dejado a Kevin Smith en mal lugar ni mucho menos. Pronto demuestra ser
gran conocedor de los mecanismos con los que amaga constantemente
para después tomar un camino completamente distinto, sorprendente.
Dilata inusualmente secuencias (especialmente la misa) para luego
jugar con atrevidas elipsis.
Quizá todas estas novedades en el
desarrollo, esta osada huida de lo convencional, provocan también
que se le saque menos jugo a algunas situaciones, pero esto queda
perfectamente compensado con lo refrescante de la propuesta. Aunque
no es una de sus mejores películas, es todo un giro que salva una
caída en picado que parecía insalvable. Si Smith sigue por esta
senda, no necesariamente en el terror sino probando diferentes
géneros, aún puede ofrecernos más títulos interesantes.
Estaba claro que el director no iba a
perder algunas de sus claves. Hay humor, mucha mala uva, en esta
película y, desde luego, una crítica abierta al dogmatismo
religioso, y también al poder. Están muy bien integrados con el
tono serio de la trama principal, y se combinan con cierto abismo
moral que se erige entre los personajes que provoca un sentimiento de desesperanza. Sospecho que va a envejecer
bien este título.