Crítica de la película Still Walking por Iñaki Ortiz

Existe toda una tradición de películas que tratan sobre familias con problemas, secretos y mucho dolor contenido. Still Walking se añade a la lista con todo derecho, siguiendo perfectamente el patrón a la vez que aporta su propia personalidad.

Lo habitual es que en este tipo de historias, llegado un punto crítico cercano al clímax, se produzca una tormenta de explosión de sentimientos en la que todos los miembros de la familia se echan en cara lo que durante tanto tiempo han estado reprimiendo. Sin embargo aquí, aunque en varios momentos parece estar cercano este desahogo, no llega en ningún momento. Esta represión insistente de los sentimientos ayuda a que la película tenga su propia personalidad. También arroja sobre los personajes un desgarro interior que no cicatriza y que da lugar a un final -el previo al innecesario epílogo de pasados los años- que se muestra descorazonador. Pero sobre todo, es definitivo para conseguir que la credibilidad que se ha trabajado durante todo el metraje quede ya absolutamente confirmada, demostrando coherencia y buen hacer.

Sin llegar a los extremos de Olivier Assayas, Hirokazu Kore-eda dota a la obra de un realismo a partir de los pequeños detalles, que es vital para sentir como nuestro este drama familiar. Además sabe ser crudo y no apreciar ni despreciar demasiado a sus propios personajes. El padre que se presenta como terrible, finalmente queda eclipsado por los arrebatos de crueldad de su esposa, que por otro lado, podemos comprender por cuestiones como la muerte de su hijo o la infidelidad de su marido. La anciana sonriente muestra su verdadero ser.

Hasta el momento, la más precisa y sutil introspección en los personajes de este festival, exceptuando Las horas del verano. Además sabe valerse de la superstición para descubrir varios efectos dramáticos. La mariposa como la herida aún abierta, el agua sobre la tumba que el hijo derrama a imitación de su madre, etc. Una obra interesante, bien interpretada y dirigida con elegancia, que hace de una historia muy convencional una buena película.