Hace bien poco hemos tenido en las
carteleras más afortunadas la anterior película de Takashi
Miike, 13 asesinos. Como este, un remake de un clásico de
samurais. En aquella película observábamos una buena sesión de
violencia cruda, en un tono muy seco, sin demasiados adornos, aunque
con mucha sangre y con una planificación estupenda.
Se podría pensar que el director le ha
cogido el gusto y que ahora tenemos más de lo mismo, pero sería un
error buscar algún tipo de coherencia en la estrambótica
filmografía de Miike. Se trata de una película con más presupuesto
y en 3D y, por lo que parece, mucho más volcada en buscar una
estética innovadora y un trabajo de profundidad que aproveche al
máximo la tercera dimensión. Seguramente menos sucia.
Parece que ahora a los directores de renombre les ha dado por juguetear con el 3D, una tecnología que realmente no aporta demasiado, pero que siempre será mejor cuando se usa con interés que cuando simplemente se impone por motivos económicos - y no creo que este sea el caso. El inquieto director seguirá experimentando con su incansable ritmo de estrenos, sólo espero que además de un experimento útil para él, tengamos una película que podamos disfrutar, de una manera o de otra.