La tendencia desde hace un tiempo con
el cine de acción y aventura es buscar la seriedad, la sobriedad.
Bueno, hace tanto de esto (El caso Bourne y especialmente
reforzado años después por Batman Begins) que ya están
cambiando las tornas con películas como Los vengadores. Entre
tanto, se están realizando algunos productos como este, que aplican
la fórmula siguiendo el modelo de éxito a pies juntillas sin
aportar ni un gramo de personalidad. ¿Blancanieves oscura y creíble?
¿Por qué no? No importa demasiado el disparate que pueda resultar
de ahí, es lo que el público, ya acostumbrado a estas propuestas,
espera y desea. Se supone.
El rodillo de la fórmula se aplica sin
piedad, y se buscan precedentes. Algo entre la épica oscuridad de El
señor de los anillos (algunos momentos parecen casi el viaje de
la comunidad del anillo) y una aventura fantástica con los toques de
películas como Willow (su malvada reina mágica, la elegida
débil a priori, sus fortalezas oscuras y aniestéticas).
Nos movemos constantemente por un
terreno conocido, pisamos en falso por los pantanos de la tristeza de
La historia interminable, o nos escondemos en los bosques de
Sherwood. Aun y todo, esto no tendría por qué ser malo, si como en
la saga de Harry Potter se supiera ejecutar un remix con
decenas de influencias visibles pero aportando su propia gracia, su
personalidad. Y aquí está el problema, que esta versión de
Blancanieves no aporta ni una pequeña chispa, es un plano
devenir de aventura levemente entretenida, que se apoya un poco en la
carismática belleza de Charlize Theron y en la energía
primitiva de Chris Hemsworth, pero que sigue los cómodos
pasos de una historia (no precisamente la del cuento) que nos
conocemos de sobra.