Oblivion tiene la clásica
estructura de ciencia ficción futurista con giro sorpresa impactante
y revelador, de esas que estaban tan de moda en los setenta. El
problema es que su argumento está trilladísimo, y para colmo, se
remarca lo que ya es evidente con explicaciones atronadoramente
redundantes. Cualquier espectador mínimamente entrenado es
capaz de radiografiar las sorpresas que están por venir desde casi
el principio de la película -no exagero. Joseph Kosinski explica todo
tanto que la película avanza kilómetros por detrás del público. Y
no es que no le importe descubrir las cartas, no, se molesta en
intentar encubrir la intriga con algunos trucos tramposos que rozan
el absurdo. En definitiva: a la hora de película tenemos una
revelación anunciada desde el minuto uno. Y no es solo una cuestión de intriga
decepcionante, influye directamente anulando la tensión en escenas
anteriores en las que ya nos hemos olido que el peligro fingido no es
tal.
Más allá de eso, es mejor no hacer
demasiados análisis sobre la lógica interna del guión, pues como
trama de ciencia ficción es chapucera y difícilmente sostenible.
Aunque quizá lo peor es que Kosinski vuelve a demostrarse como un
cineasta frío que no sabe gestionar las emociones.
¿Y es todo malo? Pues no. El
planteamiento estético, al menos inicialmente, es radical y evocador
en la línea de la ciencia ficción más plástica. Le debe bastante
a la geografía primigenia de Prometheus qué a su vez tiene otras fuentes muy anteriores, claro. Supongo que aquí ha
sido determinante que el original, una novela gráfica, estuviera
creada por el propio director. Además de hacer volar nuestra
imaginación hacia mundos extremos, la premisa tiene una lectura
mucho más mundana: la pareja aparentemente tan feliz, en una vida
programada, donde todo funciona y es bello; mientras uno de sus
componentes siente un vacío que se complementa con un enamoramiento
intenso. Las decisiones extremas de la ambientación hacen que esta
idea sea cristalina como el suelo de la piscina.
Por otra parte, Kosinski vuelve a
demostrar buen gusto. Si en Tron Legacy elegía a Daft Punk
para hacer la banda sonora, ahora se queda con otro grupo francés de
moda, M83,
es decir, Anthony
González.
Si bien no es un trabajo tan deslumbrante como el de Daft Punk, al
igual que en aquel caso, el tipo de música del grupo se adapta a la
perfección al tono de la película.
Es
una pena que con estos elementos, y con cierto buen gusto por la
ciencia ficción, Kosinski no sea capaz de desarrollar una historia
más sorprendente, menos mascadita, y con un desenlace más afinado.
Le sobra mucho metraje y no ofrece nada nuevo.