Es evidente que la película tiene cosas realmente logradas. Tanto el personaje de Chloe como el de Catherine están muy trabajados, se salen de lo convencional y no los encontramos en cualquier thriller sexual hecho para la televisión. Pero es que el resto sí.
Para empezar la dirección me ha parecido vulgar. Injustificadamente vulgar. Porque una cosa es no cebarse con mecanismos artificiales en una película donde quieres dar el protagonismo total a los personajes, y otra cosa es hacer una elección formal sin ninguna personalidad. Paradójicamente, las dos cosas que más me han molestado en éste aspecto son las dos únicas cosas que demostrarían algo de personalidad: por un lado, la forma en la que Chloe cae de la ventana, con ese efecto al más puro estilo Anticristo que parece obedecer más a un capricho estético que a una necesidad narrativa. Y, por otro lado, la fotografía y los decorados. Quién me iba a decir que iba a acabar criticando a Chloe por sus decorados. Pero es que la casa donde viven es imposible, y el hotel donde Catherine y Chloe se abandonan a los placeres de la carne, más. En la obsesión por huir de la luz cálida y mostrarnos la frialdad de ese hogar, se acaba por iluminar las salas de una manera que darían muchas ideas a Ben Stiller para hacer buenas parodias.
No quiero dejar de destacar el trabajo de los tres interpretes principales. Julianne Moore está soberbia. Una interpretación difícil porque debe caminar por la linea que separa el gesto del aspaviento. Impresionante. Amanda Seyfried hace un buen trabajo que se ve eclipsado por su propia belleza. Qué ojos. A ratos parecen hecho por ordenador. Reconforta, también, ver que Liam Neeson vuelve por la senda de las buenas actuaciones. No es un papel que necesite gran cosa. De los tres personajes es el menos complicado. Pero llena la pantalla con su sola presencia y reparte juego tanto a Moore a Seyfried cuando es necesario.
En definitiva, una historia interesante con un envoltorio demasiado vulgar. Una pena.