Pues sí. Tenemos que empezar por ahí. Muerte de un presidente es un telefilm. Un trabajo realizado para televisión, pensado para la televisión y, sobre todo, muy orientado al espectador medio de la TV norteamericana.
En ese sentido, es un producto muy inteligentemente pensado, ideado con toda la intención de buscar ese punto de polémica y provocación que le garantice una alta difusión en la tele yanqui. No en vano hablamos de un equipo realizador con experiencia sobrada en TV, empezando por su máximo responsable, Gabriel Range.
Lo más interesante de la película es que parte de una serie de personajes reales para involucrarlos en una grotesca (aunque no necesariamente inverosímil, eso es lo realmente grave y a la vez interesante de la propuesta) trama ficticia que, por precaución, respeto al espectador e ideales propios, no desvelaremos.
Desde luego es complicado que luego tanto atrevimiento sirva para mantener el interés, y probablemente tanto el ritmo y el pulso como la atención del espectador vayan decayendo inevitablemente. A su favor juega con una de las bazas habituales de los telefims (cuando no se tratan de una de esas Grandes Aventuras y similares epopeyas insoportables): su muy apretadito y cortísimo metraje. Apenas 90 minutos.
Que en USA ha funcionado lo demuestra el hecho de que en Europa se esté distribuyendo, en algunos países, en las salas de cine. Tendrá su interés, pero tampoco promete ser un verdadero hallazgo.