Llama la atención que una directora como Isabel Coixet se adentre en el género del terror, sin embargo, cuando ves la película comprendes, que igual que Lars von Trier con sus pinitos en el porno, lo que ha hecho la directora es su cine de siempre. O al menos, ha jugado con algunos elementos del género llevándolos a su terreno: el drama y la introspección.
Ya desde la introducción su cine es reconocible, con un recurso que, siendo perfectamente válido dentro de su premisa de terror, es calcado al que utiliza en La vida secreta de las palabras. La voz de esa niña que habla en segunda persona a la protagonista y que finalmente responde exactamente a las mismas circunstancias que en aquella excelente película. Quizá porque ésta, como digo, es realmente un drama, o quizá, en parte porque algo de horror había también en aquella, el de la guerra y la crueldad. Otro elemento clave en su cine es el de la enfermedad terminal (Mi vida sin mí, Paris, je t'aime). Mezclar el drama con el terror es un concepto muy habitual, especialmente en el cine de fantasmas, donde la tristeza sirve de base para potenciar el miedo y el horror sirve de metáfora de lo trágico (nuestros fantasmas). Aquí, sin embargo, está especialmente centrado en el desarrollo de la adolescencia femenina, desplazando los sustos y la tensión a un segundo plano.
Lo que nos muestra la trama, a través de un motor fantástico, son síntomas habituales del proceso de madurez de una adolescente con problemas en casa. Su rebeldía al cortarse la melena -aquí con un objetivo sobrenatural, pero que bien podríamos entender como una llamada de atención hacia su madre. La autolesión, que responde argumentalmente a la misma necesidad, pero que es un signo característico de una chica en sus circunstancias. La reafirmación del yo y el enfrentamiento a sus competidoras, la fantasmagórica y la compañera envidiosa. El miedo a mostrarse ante los demás, representado por el teatro, en el que termina necesitando un yo fuerte que la ayude (yo me hago más fuerte y tú te haces más débil). En esto hay varias similitudes con Cisne Negro. Por supuesto, no puede faltar una alusión a la pérdida de la virginidad, representada de dos maneras, con la recatada y cuidadosa chica que en el fondo tiene miedo; y, fugazmente, con una chica que se va con cualquier chico que se cruza por la calle. En cierto modo, y aunque el final es en una primera lectura, oscuro; esta historia no deja de representar la desinhibición y pérdida de ingenuidad, así como la lucha por la autoestima.
Aunque los elementos de género, que ya digo que son secundarios, no están demasiado logrados (es poco probable que un espectador adulto pase miedo), hay algunas figuras paradigmáticas. La más clara es el túnel, muy parecido al de Irreversible (no en vano puede representar el miedo a la violación, expresión violenta y exagerada del miedo a perder la virginidad) y casi igual al de Harry Potter y El misterio del príncipe, sin duda un foco de temor juvenil a la violencia. Otra referencia, que sospecho puede ser buscada, es la del puerto de madera, tan similar al de Nunca me abandones. No me sorprendería que la directora fuera admiradora de Kazuo Ishiguro, pero sobre todo, veo una relación clara: una obra de género en la que se oculta un drama de corte clásico.
En definitiva, una película que como incursión en el terror solo puede estar reservada a jovencitas impresionables, pero que como viaje al interior de una adolescente funciona. Rodada sin demasiados alardes, con una puesta en escena sencilla y muy austera, es un trabajo menor pero correcto. Buenos intérpretes que parecen quedarse con ganas de un texto que les dé un mayor recorrido. El mayor lastre se encuentra en un argumento con golpes de efecto algo sonrojantes, que aunque la directora redirige a su terreno, no dejan de chirriar. Muy lejos de las grandes obras de Coixet.