En In Fear no pasa nada. Una película de terror en la que apenas ocurre nada en gran parte de su metraje. Ni siquiera un mal susto propiciado con un golpe musical. No, nada. Es reiterativa. Y tanto que lo es, de hecho, en eso se basa su esencia. El laberinto, el surrealismo de repetir una y otra vez el mismo camino. La incapacidad, casi mágica, de escapar de un lugar. Como los invitados de El ángel exterminador.
En In fear no pasa nada. Hasta
tal punto que podemos reconocer fácilmente los pequeños miedos en
nuestra propia vida. Perderse en la noche (literal o metafóricamente, como
prefiráis), el intruso incómodo, la violencia que te acecha en un estúpido
traspiés en un bar, la vertiginosa oscuridad al otro lado de la
puerta del coche confortable. Por supuesto, la pareja, el sexo
negado, la traición (¿a quién quieres que mate?), la incertidumbre
de la meta prometida para ambos.
Todo eso está en la película y
aunque, cierto, no ocurre nada, en ciertos espectadores puede crear
una pequeña incomodidad creciente, con un tirón de pelo desde la
noche, con la vulnerabilidad de un hombre meando, con un cartel
amenazador, con la conjura del mundo contra uno, con sentirse más
forastero que nunca
Una película que le saca buen partido
a la limitación de grabar en un coche, con grandes angulares, con
una contrastada oscuridad exterior. Tres actores convincentes, no
hace falta más.
Y oye, al final, algo sí que termina
pasando.