No afronto esta película con excesivo entusiasmo. Ni con el entusiasmo enfervorecido de aquellos que tantas ganas tenían de disfrutar de la masacre, ni siquiera con el tenue interés de quien se pregunta: bueno, a ver qué han hecho con esta historia. Más bien, me enfrentaré a ella con cierta desesperanza, con una sensación de desazón ante la simplísima visión agresiva, plana, sangrienta y violenta (jamás bélica) que Frank Miller y sus acólitos nos ofrecerán de esta batalla.
Ya no sólo tendremos que olvidarnos de los motivos, razones y consecuencias, de los preámbulos y de los distintos epílogos, si no que, además, a buen seguro, tendremos que olvidarnos de las maneras, del cómo, del modo brillante en que se ideó (más que planificó) una batalla de la que no quedará, en pantalla, más que la excusa para plasmar en imágenes un cómic gore y pretendidamente masculino.
Masculín, en eso se quedará la cosa. No quiero ir de adivino infalible, pudiera ser que al final este invento, cuando menos, consiguiera entretenerme. Estoy seguro de que en ninguna de las circunstancias podría pasar de eso, pero no niego que no espero prácticamente nada de la película. Así que si me entretiene señalaré mi error y lo reconoceré. Pero ya digo que no espero demasiado. Una excusa para la sangría; ya lo teníamos en Sin City (sangre, golpes, decapitaciones, amputaciones, masacres; nada más que eso, nada más) y aquí lo encontraremos multiplicado hasta el infinito. Y sospecho que, al igual que me ocurriera en Sin City, ante tanta víscera repetida, mi sensación será idéntica: Qué aburrimiento...
Lo dicho. 300 tiene toda la pinta de ser un título... masculín.