Vuelve Wes Anderson, ese tipo raro que me gustó sin entusiasmarme en Los Tenembaums y que finalmente sí me ha entusiasmado con Life Aquatic, aunque haya tenido que ser en un segundo visionado, después de un aridísimo primer intento.
Llega el momento, pues, de enfrentarme a su nuevo trabajo. Escribo aquí esta precrítica con la nimia y relativa ventaja de haber visto ya el cortometraje que sirve de preámbulo y muestra de la motivación del viaje a la India que centrará, según parece, la trama de Viaje de Darjeeling. Hablo de Hotel Chevalier, brevísimo fragmento cinematográfico interpretado por Natalie Portman y Jason Schwartzman y que casi responde más a un capricho que, seguramente, a una necesidad argumental. De ahí que sus sustancia sea escasa pero, eso sí, su envoltorio es exquisito; el estilo visual de Anderson está ahí, en esos breves minutos, y quizá más depurado que nunca.
Es lo suyo, por lo tanto, esperar que este joven talento yanqui apueste por dar continuidad a esos encuadres cada vez más quisquillosos, tan exactos, tan al milímetro, con esa cámara que reencuadra sin parar, una y otra vez, pero nunca con prisa ni mal nervio. Siempre con precisión casi enfermiza. Además, el entorno indio, tan exótico, se presta a que Wes Anderson dé rienda suelta a sus muy particulares querencias estéticas.
En cuanto a las temáticas, puede ser que este viaje a la India acabe por llevar lo marciano y personal del discurso de Anderson a un terreno demasiado difuso, demasiado pagado de sí mismo. Será complicado que vuelva a dar en la diana como con las aventuras del genial Zissou. Allí, si el espectador aceptaba de partida las reglas que Anderson imponía en el juego, finalmente todo resultaba estar en su justa medida, todo en su punto, toda perfectamente regulado.
Aquí, más que nunca, habrá que aceptar esas reglas del juego, porque el resultado, tal como intuye mi compañero Sherlock, difícilmente será de nuevo tan acertado. De ahí que haya que ser más transigente que nunca. Si somos capaces de entrar en el juego sin condiciones, a buen seguro disfrutaremos de muchísimos momentos de auténtica altura. Si no, para entonces puede que el dolor de cabeza se haya extendido a ceguera voluntaria. Y sordera.