Lo mejor de Michael Clayton, desde luego, está en su reparto actoral. Tiene un protagonista carismático, George Clooney: la personificación de la elegancia, pleno de magnetismo. Un actor notable y en forma. A su lado, secundarios de auténtico lujo: el impagable Tom Wilkinson, al que recientemente hemos disfrutado en otro rol secundario en El sueño de Cassandra; Tilda Swinton, con ese rostro extraño y turbador, y Sidney Pollack, que ofrece su reposo y veteranía.
Pero aquí se acabaron las garantías, ciertamente. Tony Gilroy, el director, debuta en esa faceta, y lo hará apoyándose principalmente en la labor que mejor conoce, la de guionista. En cualquier caso, tampoco tiene en su haber grandes trabajos; la saga de Bourne no se destaca por sus libretos; tampoco aquella pequeña tontería titulada Pactar con el diablo y, menos aún, Armaggedon.
Así las cosas, Gilroy se atreve con un personaje real, el abogado Michael Clayton, y disfraza sus problemas y dilemas de thriller clásico. Seguramente con un ritmo voluntariamente lento, sin prisas pero también sin tomar riesgos que, quizá, hubieran sido interesantes. Tampoco creo que ese ritmo parsimonioso lleve a la película a ser aburrida. Ni mucho menos.
Al final tendremos un thriller como otros tantos, con su componente político -nada demasiado llamativo realmente-, de desarrollo muy trabajado y acabado sólido, pero ya demasiado conocido.