Vaya por delante que la versión que he
visto en el cine está recortada en más del 50% y que esos
tijeretazos se notan, especialmente en la segunda mitad, que peca
demasiado del síndrome de la sinopsis, pasando de puntillas por los
puntos necesarios para seguir la trama. Por lo tanto, mi crítica
también es una crítica sesgada, entiendo que es necesario más
metraje para que Olivier Assayas despliege su atmósfera, como
lo hace en la primera parte, y estoy convencido de que el original es
superior.
Y es que aunque el rimto de la película
es implacable desde el primer minuto, el director se permite, al
menos en las primeras escenas, deliciosos momentos atmosféricos,
como la música creciente en su primer viaje a Beirut. Más adelante,
se echan de menos, pues gran parte del talento de Assayas se
aprovecha en ese tipo de escenas.
Lo cierto es que el cineasta ha
conseguido un perfecto equilibrio entre una realización de autor,
con su lírica particular; y un cine de artesano con un estilo
propio, alejado del ya prefabricado formato post-24. Aplica el ritmo
y el dinamismo de este tipo de productos pero sin caer en la
imitación, lo que unido, como digo, a la lírica que engrana las
escenas de contenido puramente narrativo, consiguen un conjunto muy
equilibrado.
Como equilibrada está la mezcla entre
cine de acción para el gran público y contenido político que habla
de uno de los primeros terroristas de la globalización. Un
terrorista ideológico, no atado a una tierra en concreto. Por
supuesto, habría que ver cuanto de esto hay en la realidad y cuando
de mercenario a sueldo -que en parte se atisba en la película. Pero
en todo caso esta cuestión no es primordial, ya que, desde el
principio se nos avisa que lo que vamos a ver es ficción. De cualquier modo, una obra política ambiciosa que ofrece un retrato de la
situación global de los años 70.
Al igual que Spielberg en Munich,
Assayas elige una textura visual que se corresponde con el cine de la
época. Lo extraño es que elige música que no está realizada en
esos años (posterior, anterior...) rompiendo así una regla no
escrita. La música cumple el objetivo de cualquier película que no
sea de época: es un apoyo emocional. Una importante aportación del
director, con respecto al género, es su mirada estilziada. La imagen
de Carlos como una superestrella terrorista, con su leve caída de
gafas de sol ante el público, o su boina revolucionaria. La manera
en la que asegura, al comienzo, ya contar con un nombre (y no lo
dice, claro). Evidentemente hay que reconcer el carismático trabajo
del intérprete, Edgar Ramírez.
En definitiva, una película completa y
una versión resumida bastante incompleta.