Crítica de la película The Zero Theorem por Iñaki Ortiz

Tiempos aún más modernos


2/5
29/11/2014

Crítica de The Zero Theorem
por Iñaki Ortiz



Carátula de la película En 1936, Chaplin ya nos alertaba de la alienación que produce el trabajo mecanizado en Tiempos Modernos. Un obrero dedicando su jornada a hacer un movimiento mecánico y repetitivo que no tiene ninguna relación directa con el producto final, elimina toda la satisfacción del trabajo y anula la creatividad. El futuro que nos presenta Terry Gilliam es aún peor. Nuestro protagonista no es un obrero haciendo un trabajo manual repetitivo en una cadena de montaje, donde al menos uno puede abstraerse y pensar en otra cosa. Su trabajo requiere una entrega mental absoluta, enfrentarse a retos intelectuales, pero como el obrero y los engranajes, este personaje no es consciente ni mucho menos del resultado final. Esto no es ciencia ficción; es real, hoy. La modularidad nos permite trabajar sobre pequeños retos intelectuales que no tienen por qué estar directamente relacionados con el tema principal del proyecto completo. Como también es real, y bien representado, ese trabajo donde todos se reúnen pero trabajan separados, juntos pero yuxtapuestos, sin formar un verdadero equipo. Cada uno trabajando en el pequeño módulo que la megacorporación ha designado para ellos.

Resulta interesante su aplicación a las matemáticas. El proceso visual de resolución de problemas algebraicos por módulos es una de las ideas más estimulantes de la película. Prescindir de la comprensión del problema y atacarlo por fuerza bruta, resolviendo pequeños elementos de una matriz gigantesca. En cierto modo, representa la deriva de las matemáticas y otras ciencias cercanas. Cuando se resuelve un gran reto, como, por ejemplo, el último teorema de Fermat, hay un matemático que se lleva la fama, pero su demostración se compone de muchos pequeños módulos, aparentemente menos relevantes, que han resuelto otros matemáticos que ni siquiera pretendían resolver este problema. Hago hincapié en esta cuestión pues es una particularidad intrínseca en la ciencia moderna, no es una decisión de una empresa capitalista que quiere ganar en eficiencia a costa de la salud mental de sus operarios. Es el problema de la especialización, una cuestión con la que lidiar a la hora de conservar el espíritu científico creativo.

The Zero TheoremEn todo caso, matemáticas aparte, por supuesto que aquí hay una megacorporación malvada. Gilliam ha vuelto a jugar con el cyberpunk, como ya hizo en Brazil. Tiene algunos elementos novedosos que lo acercarían al postcyberpunk, como puede ser la publicidad contextual en las calles, la gestión razonable de la energía con coches ligeros o un uso social de Internet, cuestiones todas inevitables en una película de nuestro tiempo. Sin embargo, sigue manteniendo una mirada pesimista de la tecnología y un desprecio por el cuerpo físico que la sitúa claramente en la línea tradicional del género. Hay que puntualizar que, aunque la empresa tiene aspiraciones megalómanas, en la película no aparece inaccesible o gigantesca; de hecho, el extraño director, bien interpretado por un estrafalario Matt Damon, aparece con más misterio que distancia. Está claro que todo desde la licencia poética de un Gilliam que no duda en jugar con sus apariciones y su ropa de una manera casi fantástica. Otro de los temas presentes, típicos del género, es el aislamiento social que denuncia, donde el protagonista vive como un auténtico hikikomori, sin salir de casa. Aunque lo suple de alguna manera con su conexión online, no termina de ser, hasta el final, una dimensión real. Algo superado en los postcyberpunks, como por ejemplo, en la reciente Her, donde las relaciones virtuales son igual de válidas que las físicas.

Hace poco escribía sobre 1984 y citaba Brazil de Gilliam. En esta película hay una clara presencia de ese control absoluto de la empresa y su líder máximo, a través de las cámaras y de la vigilancia de otros trabajadores. El colmo de esta representación es un cristo con cabeza de cámara de vídeo: la sacralización del control. Si unimos ya todos los cabos podemos llegar hasta el clásico Un mundo feliz donde la cadena de producción se idolatraba cual religión con su padre, Henry Ford, como máxima divinidad.

En definitiva, Gilliam habla del sentido de la vida, esta vez de verdad, no como en El sentido de la vida. O más concretamente, sobre la búsqueda del mismo. Y de cómo la alienación del mundo actual nos aleja de tener una noción cercana. El protagonista se empeña duramente en un trabajo que no entiende, mientras espera pasivamente la llamada, y formando precisamente parte de un todo que busca descartar tal sentido. Literalmente: cuanto más trabaja más cerca está de la conclusión de que no existe este sentido. Finalmente, en la búsqueda de ese sentido, evolucionará dentro de una realidad mental pura. En una línea muy cercana, resulta mucho más refrescante la propuesta de Hitoshi Matsumoto en Symbol.

Lo cierto es que la película no tarda en fracasar. Como el protagonista, Terry Gilliam parece perdido buscando la esencia de su película y se diluye por unos derroteros erótico-festivos que no llevan realmente a ninguna parte. El resultado es aburrido en el segundo tercio y solo se recupera un poco al final, aunque sin terminar de rematar la idea. Plantea bien los escenarios y las preguntas, pero lo hace todo ya en su primer tercio.

The Zero Theorem

Visualmente la película se beneficia de la gran imaginación del cineasta, de los contrastes, de las decisiones insospechadas. Aunque en su mayoría son elementos que no terminan de sorprender conociendo su obra. La presencia de Christoph Waltz, con el cráneo rapado, que como se le define, parece el último elemento de la evolución, puro cerebro y poco cuerpo (nada más cyberpunk), resulta de lo más efectivo a la hora de mostrar esa búsqueda. Vive en una iglesia y viste y vive como un monje, únicamente buscando el sentido de la vida.

Todas las ideas están ahí, prometedoras y con mucho potencial, pero Gilliam no sabe desarrollarlas más allá de su planteamiento y se conforma con entretenernos con sus delirios surrealistas y su humor bizarro. El contenido falla.



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The Zero Theorem en festivales: Festival de Venecia 2013 , Festival de San Sebastián 2013




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