Soy de esos que disfrutan, siempre, sí o sí, con una película de los hermanos Coen. Claro que a veces uno disfruta menos y otras, disfruta más. Y de tanto en tanto, lo disfruta absolutamente todo. Este último caso fue, por ejemplo, el de Sangre fácil, o Barton Fink, o Muerte entre las flores. Me refiero a esas obras maestras, redondas, perfectas, que entre curiosidad y curiosidad han ido regalándonos los hermanos Joel y Ethan.
Pero no deja de ser una lástima que de un tiempo a esta parte sus películas nos dejen la molesta sensación de que, sí, ha estado muy bien, pero... ¡Pero! Siempre peros, varios peros. Películas diferentes, curiosas, muy disfrutables. Pero menores, pequeñitas, lejos del nivel insultantemente superior que ellos han demostrado ser capaces de ofrecer.
Me reí mucho con Crueldad intolerable, y The ladykillers es una chorradita la mar de resultona, con varios momentos brillantes. Pero otros anodinos. Nada que no puedan volver a hacer en otra tarde aburrida en su casa de Minneapolis. Lo que yo quiero, lo que todos queremos, es a los Coen involucadros en otro Fargo, en otra muerte entre flores. Y creo, quiero, deseo, espero, que esta sea la ocasión.
El material lo permite. La novela de Cormac McCarthy ofrece una base sólida, sucia, violenta. La personalidad de los dos hermanos tiene terreno sobre el que crecer y adueñarse del relato, y los actores elegidos son, simplemente, perfectos para su estilo tan extremo como minucioso: Tommy Lee Jones. Josh Brolin. Y un Javier Bardem que, atención, puede regalarnos otro papelón para el recuerdo.
Después de varios trabajos menores, ya toca: los Coen vuelven con nota.