Terence Davies en la sección
oficial del festival de San Sebastián es todo un éxito de la
organización, que se sustenta sobre todo en la retrospectiva que le
dedicó hace unos años. Una carrera con unos pocos títulos en
treinta años, pero con relevancia en los más importantes festivales
del mundo. Davies puede ser muy experimental y no ser muy digerible
por gran parte del público, sin embargo, no creo que sea este el
caso.
Después de un personalísimo
documental en blanco y negro, el director nos presenta aquí un drama
con líneas menos atrevidas. El que la protagonista sea Rachel
Weisz deja claro que la película se encontrará dentro de
ciertos mínimos comerciales. No es esta la primera vez que el
director trabaja con caras conocidas, ya en La casa de la alegría,
intervenían Gillian Anderson (Scully) y Dan
Akroyd, y precisamente este era un drama asequible para un público
más amplio, a pesar de sus diálogos con extremo doblez y sus dosis
de imágenes contemplativas.
Davies
es un director que busca con ahinco la emoción a través de la
imagen, la composición del plano más elaborada y la atmósfera
emocional dentro de una estética bastante elegante. Un director al
que vale la pena conocer y esta puede ser una puerta de entrada no
demasiado dura para hacerlo.