Pues sí, Díaz Yanes ha querido coger a Alatriste y pintar un enorme fresco desde los años de esplendor español hasta sus primeros momentos de imparable decadencia. Y se ha olvidado un poco de aquello que relata la propia película, voz en off mediante, en su arranque, cuando recuerda a aquellos hombres que formaron honrosa y suciamente los tercios españoles en Flandes: "esta es la historia de uno de esos hombres".
De todos modos, que nadie se confunda, un hombre es un elemento móvil tan bueno como cualquier otro para caminar por una época y completar el largo retrato de años. Lo que ocurre es que Alatriste, al final, no es un retrato de años, sino un puzzle, porque Yanes se ha olvidado de dar un desarrollo hilado a ese pasar de fechas. Salta de episodio en episodio, sin molestarse en buscar a algunos de esos episodios un sustento dramático que nos sirva para situar de nuevo a los personajes en esa nueva circunstancia, y seguir metido de lleno, y seguir involucrado como espectador.
Por eso flaquean momentos concretos. Por eso el final, esa última secuencia guerrera, parece un epílogo bastardo (que, en cualquier caso, da cobijo dentro de sí misma, como escena pegada por fuerza a un puzzle al que no pertenece, varios momentos realmente brillantes y de una fuerza innegable, aplastante; igual que ocurre a lo largo de toda la película). Por eso a uno le mosquea ya que aparezca Unax de golpe detenido y digan, ahora nos lo llevamos por ser espía para Francia, así sin más, sin interés previo, ni sospechas, ni cuento ni tiento. Por eso resbala Yanes cuando planta a Malatesta y Alatriste peleando tan de golpe, tan de repente, con esos falsos "herejes" que les ordenan asesinar y en ya, en apenas dos segundos, Alatriste decide no matarlos porque "aquí hay algo raro". Coño, déjenos jugar a nosotros también, déjenos ver algo más, déjenos entrar en la escena antes, nosotros también queremos ver ese "algo raro", sentir que nos cuentan, y no que nos resumen, simplemente.
Son, quizás, los defectos de una película que, no obstante, acumula más virtudes. Y es que Yánes, que no ha querido hacer una simple película de batallas históricas, ha querido en su afán grandilocuente abarcar todas la novelas de Reverte y, afortunadamente, en esta especie de fresco de episodios casi independientes entre sí, muchos son, por propia fuerza argumental, más extensos y duraderos en el tiempo (y en el metraje). Así se sitúa uno, finalmente, como espectador en la historia. Y acaba encontrando su sitio, sus intereses, sus personajes. Hay escenas con fuerza, con talento. Un talento que a veces resbala y tropieza, pero que cuando se mantiene en pie regala secuencias bellísimas, unas, o brillantemente agresivas, otras.
Por supuesto aplaudo también el aspecto plástico: El claroscuro barroco decididamente pictórico de algunas composiciones es insultantemente perfecto. Bellísimo. Más allá de la recreación de la rendición de Breda, por supuesto, con ese Alatriste que (no podía fallar el guiño) mira a cámara, como Velázquez quiso (aunque le desplazan un poco más al centro del cuadro, como queriendo que lo encontremos antes). Me ha gustado el sonido tan profesional que alcanza Roque Baños en su banda sonora, poco arriesgada pero exactamente eficaz. Con fuerza. Muy bien.
Aún así, también en alguno de estos aspectos podría uno levantar alguna queja, de nuevo. Me sorprende que en una película tan bella puedan colarse planos desenfocados. Pocos, pero no deja de ser un detalle insultante. Y que algún que otro plano suelto, de tanto en tanto, mostrara una iluminación inexplicablemente descuidada, chocando enormemente con el resto del conjunto, siempre tan rico, tan cuidado, tan hermoso. ¿Hubo que rodar rápido los últimos días para cumplir el calendario?
El capítulo actores podría ser interminable (tantos son los nombres conocidos que participan). Desde luego la dicción de Viggo Mortensen no es demasiado castellana... pero no me molesta. Su presencia es casi animal, brutal, la pantalla se hace suya. Su poder es tal que acaba por ridiculizar a menudo los impotentes gestitos y actitudes de los supuestos galanes del cine patrio. En fin.
El caso es que Eduardo Noriega tiene un papel tan vacío como sencillo y, para lo poco que suelo apreciarle, reconozcamos que lo llena con estilo. No me gusta Unax Ugalde. Poco había podido ver hasta ahora a este chico tan aplaudido. Será que es joven, pero le falta chicha por todas partes. Su papel de aprendiz que acaba asesinando a Malatesta termina en un soso de verbo susurrado (dicen que los actores flojos susurran en vez de hablar, para esconder así la falta de naturalidad). Me gusta Elena Anaya. Me gusta Javier Cámara. Me maravilla Juan Echanove, con ese regalo de papel que le han dado. Y pido a gritos el reconocimiento que se merece, de una puta vez, Eduard Fernández (su muerte es una de los momentos más maravillosos de este Alatriste).
Pero no entiendo lo del fulano que interpreta a Malatesta. Es el típico malote de película barata de espadachines. Ni se le entiende lo que dice, ni acojona con la presencia (podría ser el típico esbirro del malo, que muere en la segunda escena en que aparece, tranquilamente). Y no entiendo lo de Pilar López de Ayala. Tenerla ahí, así, para eso. Qué desperdicio.
Y para terminar, el que para mi sorpresa resulta haberse convertido en el capítulo estrella de algunos de mis compañeros precríticos: el capítulo aburrimiento. Yo, la verdad, me he sentido desconcertado en alguna ocasión, o incluso molesto con cierta permisibilidad del guión, ese juego sucio que se traía de plantarte de repente en situaciones desligadas con el resto de la película y pretender, así de buenas a primeras, crearte emociones de cero, con ellas (Unax debe pasta y le van a matar; ¡¡¡¿pero quiénes son esos?!!!)... pero curiosamente, he de reconocer que de aburrirme, nanai de la China. La película en ningún momento me parece lenta, el ritmo es ágil y las sucesivas situaciones se siguen con brio. A Yánes aun le queda un poquitito para tener la mano de los americanos en las grandes escenas de acción (ahí falta un pequeño plus de ritmo, chicha, sangre, salsa, fuelle, arena, sudor), pero, al final, si falla en algo, es en su intento de pintar una retrato bien hilado de la caída de un imperio, no en tener al espectador entretenido.
Al menos, no en donde yo pude verla. Un cine grandote; no como los de antes, pero de aforo amplio. Lleno hasta la bandera. En la capital. Y no hubo ni dios que no aplaudiera al final.