El discurso del rey ha sido una sorpresa anunciada. Con ese rictus de película formal y genial, original pero sobria, uno no puede por menos que sentarse a contemplarla como con la ventaja de estar seguro de acertar habida cuenta de tanto éxito. Es cierto que tanto éxito no defrauda porque encima aumenta su reputación con rapidez, mucho ir al grano y exceso de poca pedantería.
Si el lado inglés del film me daba miedo, puedo reconocer que la película trata de universalizarse en las inmensa mayoría de las escenas salvo en aquellas en las que es difícil separarse de la nobleza que describe. Con líneas maestras de fluidez, puntos de humor que la humanizan y un actor, Colin Firth (Un hombre soltero), poco transmisor, y por tanto en este film ideal para el personaje que encarna, logra que el espectador se involucre y trate de participar en el agobio y la responsabilidad siempre reinantes.
Con Geoffrey Rush (Piratas del Caribe: En mareas misteriosas) siempre majestuoso, nunca mejor dicho, levantando al auxiliar de cámara cada vez que aparece en escena y también las almas de los que seguimos el minutaje del film disfrutando de sentirnos mecidos por una historia interesante. Es por tanto, una película para todos los públicos, que será reestrenada sin pudor porque posee la capacidad de llegar a todos y llegar bien, sin desalientos, sin errores ni pinchazos. Se trata de una película no sólo cumplidora sino soberbia y que será recordada, esa es la diferencia.