Tony Clifton era uno de los personajes de Andy Kaufman –por más que él siempre lo negara. Un personaje chocante, obsceno. Descolocaba a su público que no sabía si debía reír porque todo era una broma o la cosa iba en serio. A Kaufman le gustaba ese tipo de humor ambiguo y desconcertante. Toni Erdmann es muy parecido. Es un personaje burdamente inventado, apenas disfrazado, ridículo en muchas situaciones, con el que la gente no está segura si debe reír con él, de él, o tomárselo en serio. Eso sí, Erdmann es bastante más amable. Como a los personajes, al espectador le puede pasar un poco igual, y la reacción varía de la carcajada a la perplejidad, pasando por todos los matices de la risa. Toni Erdmann es una comedia extraña, de humor personal, aunque a veces se permita ser más obviamente cómica.
Todo esto para contar la historia de una mujer alienada por su trabajo. Absorbida por un mundo sin demasiados escrúpulos donde la carrera profesional lo es todo. Un padre buscando la manera de reconducir la vida de su hija que ya ni siquiera es capaz de plantearse la pregunta –no digamos ya la respuesta- “eres feliz?”. Al mismo tiempo, e íntimamente relacionado, nos muestra un mundo laboral completamente desconectado del factor humano. El clásico movimiento que supone un despido en masa de trabajadores y que se tramita en función de la pura eficiencia económica, no ya relativizando las consecuencias, sino eliminándolas completamente de cualquier reflexión. Es un trabajo que se ha de hacer bien, y los desastrosos efectos humanos no son una variable. El clásico concepto de la banalidad del mal, que nos vale lo mismo para un holocausto que para hundir Grecia, que para dejar en la calle a los trabajadores. Ascender, cumplir con las expectativas de los superiores y hacer tu trabajo lo mejor posible son elementos suficientes para que una persona no tenga que afrontar el calado de sus acciones. La misma persona que no sabe dirigir su propia vida. Una persona que necesitará desprenderse de su corsé, de una manera metafórica, y que el resto le acepte sin envoltorio. Una persona que necesita el tacto salvaje, volver a reencontrarse con la vida, fuera de toda la estructura que hay construida a su alrededor.
Todo esto está en Toni Erdmann, bien planteado. Es una película rodada con buen hacer por Maren Ade, y con algún momento de cierta magia como el del ser peludo. Los dos protagonistas, Peter Simonischek y Sandra Hüller, están estupendos, sobre todo en su vertiente cómica. Pero es algo excesiva en duración (2h 40). Quizá lo peor del asunto es que no hay nada concreto que esté de sobra, simplemente la película es excesivamente larga, especialmente para su tono. Claramente, no comparto el entusiasmo de gran parte de la prensa.