Que la pintura de Edward Hopper está muy presente en el cine es algo que ya sabíamos y que ha sido objeto de estudio en muchas ocasiones. Hitchcock, Wenders, Lynch, Malick... Muchos directores se han inspirado en este autor, con mayor o menor libertad, especialmente quienes han querido captar la atmósfera y el sentir de la primera mitad del siglo XX americano. Es natural, porque cada uno de sus cuadros parece ser la captura de un momento dentro de una historia cargada de connotaciones. El propio cine aparece dentro de su obra, varias veces, captando sobre todo las actitudes de los espectadores. Inspiración bidireccional.
Así que Gustav Deutsch, un director austríaco con muchos cortos documentales, decide que se puede llevar un poco más allá esta inspiración, y en lugar de limitarse a copiar la composición, cosa que algunos directores lo habían hecho ya a un nivel asombrosamente fiel, quiere, directamente, animar los cuadros. Reproducir las obras de Hopper con fidelidad plástica, incluso trabajando los materiales para que parezcan pintados -en este sentido, el artista no era especialmente realista- para después articular una pequeña historia que podría sugerir el cuadro. La película se compone así de varios pasajes que más o menos alimentan de manera forzada la historia de una mujer.
Desde el punto de vista plástico, el resultado tiene sus partes malas y sus partes buenas. Por un lado, esa necesidad de "pintar" el plano, hace que todo sea un poco de cartón piedra. Sillones, paredes, puertas; todo contrasta con unos personajes de carne y hueso que parecen atrapados en un mundo artificial y algo kitsch. Por otro lado, el uso exagerado del sonido ambiental conjuga bien con toda la propuesta y consiguen un extraño conjunto, muy hipnótico, consiguiendo una atmósfera marcada que marida bastante bien con la de las obras.
El autor aprovecha esta condición de arte plasmado en el arte para hablar de la representación de la realidad. Una película que representa una pintura que representa una realidad. Dentro de esta película, una actriz de teatro que representa papeles. En alguno de los pasajes, la actriz real está representando a una actriz de teatro dentro de una escena, y mientras nosotros oímos los pensamientos de la actriz, vemos la representación de la obra. Pero no solo se plantea esta cuestión a través de la forma de la narración; se llega a hacer mención expresa, llegando los personajes a hablar de la caverna de Platón. Una decisión, a mi entender, demasiado obvia.
Todo este planteamiento, acerca de la representación, está en consonancia con la propuesta estética radical, pero no deja de ser pretencioso y pedante. La película se encierra en su condición de artefacto de estudio artístico y reflexivo y se olvida de trabajar su propia condición artística. Es decir, fracasa como obra cinematográfica, no sabiendo ofrecer una solución a su necesaria artificiosidad y no siendo capaz de armar un hilo emocional verdadero para sostener el largometraje.
Una de las características más interesantes de Hopper es su sutileza, con una mirada, con un gesto, con una luz determinada, con un espacio vacío, nos cuenta mucho del contexto y de las emociones. Esta película peca de lo contrario, de utilizar recursos fáciles como escuchar los pensamientos o explicar su planteamiento filosófico a través del ejemplo de Platón; usa una forma aparatosa para conseguir la estética que busca; y no consigue evocar mucho más de lo que ya muestra de manera palpable. En este sentido, se podría decir que esta película, queriendo acercarse a Hopper, está en sus antípodas.
Como curiosidad y como experimento, vale.