Fernando Trueba es un hombre importante en la cinematografía española. Aunque sea, porque llevó a España al Oscar con Belle epoque. Con eso ya ha pasado a la historia del cine patrio. Además, es un tipo con unos intereses personales muy reconocibles, y con una querencia muy destacable por fusionar cine y música.
Hasta aquí, nada nuevo. Todos conocemos la marca Trueba. El problema es que este veterano viene entregándose a las bondades del son caribeño y el jazz cubano desde no hace poco tiempo y, sin embargo, no ha aportado nada realmente novedoso sobre el tema. Para su desgracia, su primerísima apuesta, Calle 54, llegó ya un año después de Buena Vista Social Club, así que se puede decir que Wenders le levantó la patente.
A partir de aquí, Trueba ha estado en calidad de diversos cargos y facetas en diferentes proyectos muy relacionados con el mundillo musical: Blanco y negro, El milagro de Candeal... siempre muy interesado en la fusión de los tan distintos estilos latinos que aquí y allá han podido ir sonando.
Pero es que, por un lado, las fusiones caribeño-flamencas empiezan a sonar a cantinela manida y, por otro, el cine documental sobre los méritos de estos cantineros también parece más que acartonado. ¿Dónde buscar la novedad?
Trueba parece haberla encontrado de la mano de un gran ilustrador: Mariscal. De nuevo fusión, pero ahora lo que fusionamos son modos de expresión: Al cine y la música se une esta experiencia de Mariscal con la animación. Desde luego el interés y el punto fuerte de Chico y Rita van a estar ahí, en la parte Mariscal y no en la parte Trueba.
Mantenemos una parte de recelo, por lo tanto, pero abrimos un ojo más que curioso a la puesta en largo cinematográfica de Mariscal. En ese envite, veremos quién se lleva la victoria.