Ben Aflleck, Matt Damon y Wes Craven sabían lo que se hacían cuando invirtieron parte de su dinero en producirle hace dos años esta película al primerizo John Gulager, que tras una breve carrera como actor había decidido probar suerte en el mundo de la realización. Lo cierto es que su estreno no podía ser más brillante. Usando los mecanismos del cine de género como armas arrojadizas, el americano se ríe a gusto de las películas de terror a través del estereotipado ataque de unas criaturas voladoras a una serie de personajes atrapados en un bar de carretera. La referencia a Abierto hasta el amanecer es inevitable, aunque no le hace demasiado bien la comparativa a la obra de Gulager con el modelo que imita. No obstante, la suya es una película igualmente divertida y dirigida a los aficionados más viscerales de este tipo de películas de terror, pero sin olvidar al gran público. Los guionistas Marcus Dunstan y Patrick Melton dominan el script a las mil maravillas.
El humor negro de la película sale a relucir no a través de las situaciones que presenta, sino a través de los mismos personajes. En consonancia, todos los actores están fantásticos. Nada más aparecer en pantalla, se los clasifica en base a unas curiosas definiciones impresas que llegan a incluir su promedio de vida y que son el mejor hallazgo de la película. Como no podía ser de otro modo, el film juega con estas bazas de manera que el niño y el héroe, habituales supervivientes de este tipo de escabechinas, son los primeros en sucumbir ante las garras de las criaturas. Los aterrados parroquianos del bar, que han tenido la desgracia de hallarse en el lugar y momento equivocados, irán sucumbiendo como moscas ante unos monstruos que no terminan de mostrarse en todo su esplendor, más que una excusa para que no se vea su débil composición, un truco más de la película.
Con lo que no estoy para nada de acuerdo es con esa nueva forma que tiene el cine de terror de rodar las escenas de acción. Mover la cámara por todas partes de manera que no se pueda situar la posición de los personajes es un truco muy viejo para que se emplee en una película de semejante presupuesto. Tampoco esa fotografía oscura hasta la saciedad ayuda demasiado a que ubiquemos algunas de las escenas. Usar estos recursos para desorientar al espectador es un truco efectivo pero no basta repetirlo una y otra vez a lo largo de toda la película. La seriedad aparente de la realización acaba por jugar en contra de la diversión y la atmósfera del film trata de buscar una escena cumbre que no termina de llegar. Precisamente era en esos momentos en los que el film de Robert Rodríguez resultaba de lo más divertido. Me viene a la cabeza Dog Soldiers, una película que hace ya unos cuantos años demostraba como una dirección competente es capaz de introducir perfectamente escenas de acción de manera efectiva en una casa igualmente sitiada, en aquel caso por hombres lobo.
A través de una serie de diálogos bastante inspirados, vamos explorando las diversas personalidades de cada arquetipo de personaje, pero lo cierto es que en el fondo sabemos que todos ellos no son más que carnaza para monstruo. Por eso nos importa tan poco lo que les ocurra al final de la película, por mucho que el film se empeñe en mostrárnoslo. Se trata de un defecto en el que no incurrían las dos películas citadas a modo de referentes. No cabe duda de que las criaturas voladoras de Gulager son un divertimento pensado con cierta clase y resuelto de manera eficiente, pero demasiado ambiguo como para implicarnos a nivel de historia.