Se puede decir que Kevin Smith había tocado fondo, y eso es bueno, una vez que estás en el hoyo,
tienes que reaccionar para salir de ahí, y eso parece que es lo que
ha hecho el director. Empezó con sus fresquísimas comedias, Clerks y Mallrats, dio en el clavo con Persiguiendo a Amy y
nos regaló una original Dogma.
Después, fue cayendo poco a poco, manteniéndose con su capacidad
para los diálogos y su chispa, pero con resultados cada vez menos
interesantes, hasta llegar a Vaya par de polis.
Cuando ya nadie confía en él y cuando parece absolutamente
encadenado a la comedia gamberrilla, da un giro brusco y aparece con
esta película de terror que se deja ver por Sundance y otros
festivales y que en Sitges consigue el premio máximo. Con graves
problemas de distribución pero ya con cierto reconocimiento de
crítica y público (en festivales) que al menos servirá para darle
al director la confianza que necesita para volcar su talento en otros
proyectos.
No
pensemos que se ha perdido toda su personalidad. La película
contendrá un marcado mensaje en contra del fundamentalismo
religioso, y seguramente algunos destellos de humor negro. En todo
caso, habrá que darle un gran voto de confianza en este difícil
proceso de cambio. Que siga probando, creciendo y demostrando que es
algo más que un graciosete.