Puede llegar a resultar algo cargante
el exagerado posicionamiento de Guédiguian en cuanto a mimar cierto
tipo de personajes, adalides de la lucha obrera. También puede
parecer algo desfasado en los términos en los que se acerca a la
lucha de clases, lo que unido a su insoportable y hortera selección
de clásicos musicales, hacen que parezca una película de los 80.
Sin embargo, este patito feo se va tornando en cisne según va
desenvolviendo su punto de vista.
Por un lado, asistimos a un tema tan de
actualidad como es la mala imagen de los sindicatos, especialmente
para las nuevas genereciones. Acertadamente, esboza un par de
cuestiones que reparte culpas a unos y otros, sin entrar a ofrecer
respuestas concretas. Simplemente nos lo muestra como un problema
clave que deberemos afrontar y solucionar cuanto antes. Por otro
lado, sus simpatías hacia cierto tipo de personajes se rebajan con
cierta ironía y con importantes dosis de mirada crítica.
El autor nos ofrece, por encima de
todas estas consideraciones, una historia humana, sobre generosidad y
optimismo, muy necesaria en estos tiempos, que además se permite
huir de las concesiones y los recursos fáciles. Una película cruda
pero amable. Algo tramposa también, con algunos personajes a veces poco
creíbles (como los demasiado educaditos chavales que han crecido en
una familia completamente desestructurada, o su madre, dibujada con
un exceso de crueldad innecesaria). En la línea de Laurent Cantet, pero de menor riqueza.