La película comienza jugando a un juego muy viejo, un futuro del tipo Un mundo feliz con todos los clichés estéticos y de contenido de este tipo de cine y literatura. Definitivamente ya no sorprenden los lavados de cerebro sociales, la rutina, los hombres grises y los rebeldes que preservan la historia a escondidas.
Lo peor es que, seguramente, la directora es perfectamente consciente de esto, y se nota en que, a media película, decide tomar un rumbo mucho más disperso, jugando a la fantasía más que a la ciencia ficción, y lanzando frases rimbombantes sobre el tiempo y la ética que están completamente vacías. Uno termina reprimiendo el esfuerzo de ahondar más allá en este batiburrillo de fantasías.
La película, claramente, no tiene el presupuesto que necesita, y la directora tiene que hacer uso de su imaginación y de lo que tiene a mano. En este sentido, hay que alabar su trabajo, por meritorio, saca de donde no hay, pero el resultado final es algo pobre. Lo que terminamos viendo es la arquitectura actual que parece futurista, o en muchos casos peor, que parecía futurista hace veinte años. Una razón más para sentir como vieja y poco innovadora la película.
Sin duda, lo peor es que realmente no ocurre nada, y que tampoco hay algún momento en el que parezca que pueda ocurrir algo. Cuando la alumna es descubierta por la dirección del colegio, es amenazada con ser registrada, pero finalmente ni siquiera se le obliga a entregar la llave, que ella reclama con un simple gesto. A partir de ahí ya sabemos que no hay nada que temer.
Una película fallida se mire por donde se mire.