El último show no es una de las mejores películas de Robert Altman ni tampoco una de las peores, pero será recordada como su última obra y como tal cumple su función a la perfección. En primer lugar por ser un claro ejemplo de su estilo de cine. El film es una inmersión en el mundo de la radio de corte más tradicional del medio oeste de estados unidos. Da un poco igual el tema, lo importante es que su mirada es como siempre precisa, cuidando los detalles, creando un contexto perfecto, convirtiendo además ese contexto en el propio contenido.
Nuevamente nos ofrece una película coral y una mirada que vuela entre los camerinos, el escenario, los palcos, el bar y la entrada del teatro donde se desarrolla el programa. Igual que hiciera, por ejemplo, en Ghostford Park, donde se recorría cada rincón de la mansión desde las cocinas hasta los lujosos dormitorios. La cámara se mueve casual, aunque sabemos que no lo es, como un personaje más que se pasea por el escenario observando con curiosidad los pequeños detalles que acontecen y perdiendo muchas cosas, aquellas que no están en su encuadre.
Una vez más, un personaje enigmático nos mantiene la trama durante la primera mitad, como ya ocurriera en El juego de Hollywood. En este caso quizá menos interesante, aunque la presentación que hace de ella Kevin Kline es antológica.
Pero no sólo la forma es apropiada, el tema también lo es. Casi profético, nos habla sobre la muerte, el fin de una etapa, el recuerdo. Supone un bello homenaje que finalmente sirve al propio director.
El reparto está estupendo, todos ellos, como película coral que es. Si he de resaltar a algunos me quedaría con Woody Harrelson y John C. Reilly con su repertorio de chistes malos, con Kevin Kline y su elegante personaje, con Meryl Streep y su alegre cantante, y con Tommy Lee Jones y su rudo tejano.
Se agradece que la película se desarrolle en tiempo real sobre un programa de radio completo, aunque, precisamente por ello, sobra un poco el epílogo. A pesar de sus cosas buenas hay varios momentos algo aburridos y quizá las canciones son un poco excesivas para los menos aficionados. Además no deja de ser más de Altman. Una película irregular que resulta una excelente oportunidad de decir adiós a un gran cineasta que no se preocupaba tanto en crear obras perfectas sino en crear obras de interés cinematográfico.
Un muy apropiado adiós para un maestro.