Uno de los mayores puntos fuertes de Hirokazu Koreeda es que no toma el camino más fácil teniendo
opción a ello. Cuando tienes un par de hermanos, que además son dos críos saladísimos,
separados por el divorcio de sus padres, caer en la lágrima fácil a través de
trucos trillados es una gran tentación. Pero no va a ser el director de Still Walking el que caiga en ella. Al
contrario. No abusa del humor de niños graciosillos, no vemos madres
descompuestas. El director se comporta con mucho más respeto hacia el
espectador.
Lo que nos ofrece es un desarrollo tranquilo, que avanza
lento pero seguro, que nos habla muy claramente de la esperanza. Nos muestra el
dolor, la soledad, la incomprensión. Nos plantea dos personalidades bien
distintas, la de los dos hermanos, y dos maneras de demostrar el amor
fraternal. Uno de ellos, más sensible necesita la explicitación del cariño
constantemente. El otro, más independiente, pero no por ello quiere menos a
su hermano, aunque tenga que buscar palabras ajenas para expresarlo. Por el
camino tenemos un abanico de personajes secundarios de gran riqueza, alejados
de los tópicos y complejos aunque bien reconocibles.
Por otra parte, esta es una historia muy japonesa. ¿Un niño
que desea la erupción de un volcán? ¿Y ese deseo lo va a pedir en la unión de
dos trenes bala? ¿Dónde si no en Japón? Otro tema muy característico japonés es
el enfrentamiento entre la tradición (los pasteles del viejo) y la modernidad
(pintarlos de rosa, el tren, el desinterés de los jóvenes que buscan más
sabor).
Una emotiva pero no sensiblera historia sobre la esperanza
humana, los deseos que a veces son imposibles, otras requieren de toda nuestra
voluntad, o, en ocasiones, chocan con aquellos que queremos verdaderamente. Una
película en la que el amor de un nieto por su abuelo puede sentirse en cómo
aprecia sus insípidos pasteles. Podemos ver el dolor de unos ancianos que han
perdido de vista a su hija, a través de la complicidad de una mentira. Estas
emociones, crecen en el interior del espectador, en lugar de entrar en él a
codazos, y por eso mismo resultan mucho más intensas y personales. Como el pastel del abuelo, no tiene un sabor llamativo que golpea a la primera, pero poco a poco se le va cogiendo el gusto hasta ser mucho más satisfactorio que los de sabor fácil.