Desde luego lo que sí va a conseguir Sylvester Stallone es que vuelva a las salas a seguir las evoluciones de su gran personaje Rocky. Primero por admirador de la saga, segundo porque la calidad de la misma, aún teniendo algunas menos enteras cinematográficamente, logran atrapar al espectador con una intensidad difícil de ver en las salas, y también porque es un grande, mítico y además con el suficiente condicionante como para mantener una película más de sobra.
Y no me van a importar demasiado las excusas que quieran poner, dentro de unos límites, para hacerle volver de la nada más absoluta después de tantísimos años, porque es una leyenda que con sólo seguir las peleas que ha pasado en las anteriores producciones está lleno de mensaje y conecta a la perfección con la idea de continuidad. Ese actor difícil de párpados caídos, ha conseguido mucho más que muchos otros hubieran querido soñar con las dotes que tiene, limitadas, y representa el estandarte del cine comercial, del héroe de siempre de antes, sin gracietas, sin más que su energía y pundonor. En saber transmitir esto es el rey.
Así que aunque no espero nada demasiado sorprendente aunque sí un tratamiento especial a su vejez sobre todo con la fotografía, me dispongo a aceptar entre mis brazos un producto que se aleja del estilo puramente de técnica y estilo, pero que igualmente golpe a golpe me llena, aunque sea a base de la dinámica de siempre de superación entre las cuerdas.