El cine de Tarantino tiene
innumerables virtudes, pero quizá la que más me llama la atención
es su capacidad para reinventar cada mínimo detalle. En la inmensa
mayoría de las películas, incluso en las buenas, siempre hay
momentos, digamos, prefabricados, sometidos a la convención.
Tarantino se esfuerza para que, en cualquier momento de su historia,
esté ocurriendo algo nuevo que mantenga la atención del espectador.
Puede parar la clásica escena de francotirador para unas lecciones
de lectura. Puede reformular la ya tradicional entrada al bar del
pueblo. Puede interrumpir el momento más tenso de la película para
divagar sobre cráneos. Lo que jamás hará, es perder el tiempo con
una escena en la que todos más o menos sabemos por donde van los
tiros. Esto hace que su larguísimo metraje (2h 45') se pase en un
suspiro.
Da la sensación de que en esta nueva
película el director se encuentra más centrado, menos experimental,
menos excesivo. No necesita cambiar de género varias veces como
hacía en sus últimos trabajos, porque aquí ya ha dado con un
género que se adapta perfectamente a sus necesidades. Su narración
es en general lineal, aunque no evita regalarnos algunos flashbacks
intensos y muy emocionantes. En definitiva, un Tarantino más
tranquilo, más seguro de su material, que rueda una de sus películas
más maduras.
Eso sí, no me entendáis mal, tampoco
faltan excesos. Sangre a raudales, disparos imposibles, las leyes de
la física exaltadas. Y todo rodado con la maestría habitual. Cuando
Tarantino decide rodar una secuencia tipo (por ejemplo, un tiroteo de
western), decide intentar rodar la mejor escena de ese tipo. Y aquí
lo consigue una vez más con ese Django saltando y disparando en
Candyland, enfrentándose a un ejército como hacía la mamba negra
en Kill Bill. Muy disfrutable sesión de ultraviolencia. Es una película cruda y
salvaje, explosiva, y dura cuando quiere (la escena de los perros). Veo también algo diferente en esta última obra: aunque la venganza está una vez más presente, cómo no, el protagonista se mueve principalmente por su profundo amor, en un tono romántico de leyenda, ofreciendo en más de una ocasión su sufrimiento a cambio del de ella. ¿El Tarantino más romántico?
Y dejo para el final el otro gran punto
fuerte del cineasta: sus personajes. Carismáticos, absorbentes,
nuevos, diferentes. Ha encontrado un filón con Christoph Waltz,
quien casi repite su personaje de Malditos Bastardos, con un
desparpajo y una soltura que encaja perfectamente con el cine de
Tarantino. Jamie Foxx despliega toda su chulería al ponerse
las gafas de sol. Está perfecto. Samuel L. Jackson va un
punto más allá en sus capacidades y nos regala un exagerado
abuelete cómico. Leonardo Dicaprio haciendo lo que mejor sabe
hacer: ofrecer intensidad.
Todo en la película funciona, al
son de esa genial banda sonora que no duda en amenizar con hip hop un
buen tiroteo. Más centrado, pero con todo su genio.