Que el cine de terror es un campo de lo más trillado es algo que todos sabemos. No obstante, el aficionado conocedor del género asimila y sabe agradecer los mecanismos típicos de que se vale. Quizás por esto, Coisa Ruim es una película que no agradará a los que busquen un film de terror en toda regla. Nos encontramos pues ante una propuesta diferente cuya atipicidad radica en la manera de contarnos las cosas. Se trata de un terror más reflexivo que huye de la violencia, los sustos y la sangre pero que puede resultar igualmente escalofriante para todos aquellos que logren introducirse en una película que, eso sí, no resulta nada fácil para el espectador medio.
Una familia de la gran ciudad decide dar un giro de noventa grados en su vida y trasladarse a una gran casona ubicada una pequeña aldea rural. Este punto de partida sirve de excusa para abordar una dicotomía explotada muchas veces en el mundo del cine como lo es el contraste entre el mundo rural y el urbano pero que en esta película se aborda desde un punto de vista completamente novedoso.
Las reflexiones sobre las supersticiones y las diferencias entre dos mentalidades, una anclada en el pasado, las leyendas y la religión, otra sumergida en un racionalismo inflexible que no permite concebir la belleza de lo mágico, abordadas en un primer momento como un juego por los progenitores de la familia -intelectuales que en su interior se creen muy superiores a la gente del pueblo- pasan a ser asuntos tan tangibles e importantes como los terrenales. Por mucho que les pese, por mucho que insistan en lo lógico de las casualidades, no pueden dejar de dudar, de creer en lo que no es racional. El resto de miembros de la familia experimentarán en mayor o menor medida el encuentro con el mundo de lo sobrenatural, incapaces de entender que los cuentos siempre tienen algo de verdad y que los muertos pueden buscar la venganza una vez enterrados.
La recreación de la aldea, desolada y anclada en el pasado pero creíble, es fantástica. Pero donde Coisa Ruim resulta muy lograda es en la construcción de sus personajes. Cada uno de ellos vivirá su particular historia con el mundo de lo oculto, ese mundo que para los pueblerinos es tan cierto como que el día es día y que intuyen antes que la propia familia. Personajes como los del nuevo cura, figura antagónica del cura del pueblo, nos hacen plantearnos la validez de unos principios inamovibles asentados en nuestro fuero más interno. Escenas como la del bar o el sorprendente final, tragedia anunciada que ningún miembro de la familia sabe -o quiere- ver, constituyen una muestra de la versatibilidad de la película y dejan patente el buen hacer de un director que sabe jugar con la dualidad de lo onírico. Tan solo una pega. ¿Era necesario mostrarnos el origen de la maldición de la casa desde un punto de vista tan explicito como un flashback al pasado?
La película acierta con un reparto inspirado y creíble que no desentona en ningún momento. Son los propios personajes quienes construyen el ambiente del film, al contrario de lo que suele ser habitual en el cine de género. Destaca además una estupenda dirección y fotografía en todo momento que nos hace pensar que el país vecino no tiene nada que envidiarnos en el ámbito cinematográfico. Una propuesta de este calibre dentro del cine patrio de terror, que parece solo sabe imitar un estilo ya demasiado explotado, se antoja a priori imposible. Pero es que además hay que tener cierta valentía para hacer una película de terror en la que, como muchos berreaban tras la proyección, no pasa nada. Yo discrepo. Pasan muchas cosas. Ocultas, intuidas o insinuadas, pero pasan.