Cabin in the Woods es, como
Scream, una parodia de los viejos trucos del terror. Mejor no
tener sexo, nunca te separes... los personajes arquetípicos (o quizá
más bien tópicos). Los elementos habituales puestos al microscopio.
Pero esta es una película mucho más ambiciosa, aunque más caótica
también. Retrata decenas de subgéneros, categorizados por tipo y
por país. Nos recuerda que no es lo mismo un zombie que una familia
rural que vuelve a la vida con ganas de venganza. Nos señala las
grandes diferencias culturales que hacen que el terror japonés tenga
sus propias manías. Y cuando ha llegado hasta aquí y parece estar a
punto de cerrar la película, demasiado pronto, decide darlo todo,
romper la estructura y terminar con una orgía de violencia y mezcla
de subgéneros delirante y explosiva.
No falta el humor, con ese genial
Richard Jenkins y su rutinario trabajo. Las apuestas, el
tritón. Obviamente hay humor en cada guiño. Pero además de ser
divertida es coherente dentro de su locura, es sólida y ocupa muy
pronto su lugar como película de culto. Lo hace ya con esa introducción de
conversación aparentemente cotidiana que es paralizada por un
potente rótulo en letras rojas con el título.
Lo que más destaca, por supuesto, es
el ingenioso guión de Joss Whedon y Drew Goddard, pero
también la dirección, a manos de este último, funciona. En
general, como esperaba, es funcional, pero se adapta muy bien a las
diferentes necesidades, desde el teenterror típico de los noventa
hasta la ciencia ficción más extraña. Al jugar con los géneros,
debe mutar sin que resulte chocante, y está bastante bien
conseguido. Uno de los mejores momentos es en el sótano, cuando se
nos muestran al mismo tiempo las decenas de tópicos objetos que en
seguida relacionamos con diferentes tipos de historias.
Goddard y Whedon vuelven a estudiar los
clichés del terror como lo hizo Wes Craven en su día, pero su
observación es mucho más explícita y se convierte pronto en el
mismo centro de la historia. Una vía más radical, una vuelta de
tuerca.