El terror siempre ha tenido un componente humorístico, sobre todo para el aficionado más freak, pero en la última década proliferan especialmente las comedias sangrientas. Siguiendo la estela del Evil Dead de Sam Raimi, suelen ser producciones de poco presupuesto diseñadas para un público eminentemente marginal. No obstante, Paul Andrew Williams pretende abarcar con The Cottage a un target bastante más amplio con una comedia que -a pesar del gore- no deja de ser muy británica. Sigue siendo cine gamberro, pero con cierta clase.
David y Peter son dos hermanos reconvertidos en secuestradores criminales de poca monta que acaban de secuestrar a la hija de un importante mafioso. Por desgracia, la interfecta no les va a poner las cosas fáciles. Recluidos en una casita de campo, tratan de salir ilesos del lío en el que se han metido sin pensar que las cosas siempre pueden ir a peor. La película sabe jugar con dos tipos de comedia muy diferentes. Comienza con un humor dialéctico de lo más británico que se trasforma en una desmadrada cacería plagada de sangrientos gags visuales. El momento en el que vemos aparecer el engendro de turno es impagable y da pie a una suculenta sesión de casquería nada desdeñable.
Todos los actores bordan sus papeles. La galería de personajes grotescos y patéticos la encabezan Andy Serkins y Reece Shearsmith. La dureza de primero contrasta de maravilla con el victimismo del segundo, formando una fantástica extraña pareja. Aunque Serkins es el rostro más conocido, es Shearsmith quien se convierte en la estrella indiscutible del film, dando un recital cómico como pocos. No es de extrañar que en su país sea un actor tremendamente popular. El resto de secundarios no se quedan cortos. La turgente Jennifer Ellison y el obeso Steven O'Donnell entran en la historia como personajes nacidos para morir después de pasear sus carnes por pantalla.
El director deja que sean los actores quienes lleven el peso de la historia antes de descuartizarlos. No faltan los homenajes a muchos otros films cómo la aparición del cepo de Severance -de la que esta película es hermana declarada- o la escena de las polillas a cámara lenta al estilo de La novia cadáver, todo un momentazo. El montaje sabe separar perfectamente la película en piezas contrapuestas, ya sea alternando temas de música clásica con otros más contundentes o manteniendo la cámara fija frente a otros momentos de acción desenfadada. Las difíciles persecuciones en escenarios cerrados nos remiten instantáneamente al Dog Soldiers de Neil Marshall.
Pero si algo hace diferente a The Cottage es su pareja protagonista. Curiosamente, la película consigue que enfaticemos con los histriónicos hermanos, dos perdedores condenados a entenderse en última instancia bajo un cielo estrellado, aunque eso no les redima de una muerte horrible. Conseguir que sintamos pena por las víctimas no es nada habitual, no solo en este tipo de películas sino en la inmensa generalidad del cine de género. No nos engañemos: El inesperado final nos da a entender que nada tiene sentido más allá de la broma pesada y el homenaje. Quienes se queden después de los créditos podrán disfrutar de un último guiño, bastante prescindible dicho sea de paso.
En definitiva, Paul Andrew Williams ha sabido hacer uso del gore como mecanismo cómico sin renunciar a unos diálogos brillantes, algo que muchos directores han intentado con bastante menos éxito en otras producciones. Al igual que Quemar después de leer o Un funeral de muerte, The Cottage es una comedia que ha de ser entendida como una gamberrada en toda regla. Si hemos sido benevolentes con la propuesta de los Coen no hay por qué no serlo con esta otra. Eso si, aquí la flema británica brilla por su ausencia. La de esta película es bastante más sangrienta...