Sorprende en una película con un
estilo tan propio del cine intelectual del sureste asiático,
encontrar una comedia tan coñera y sin complejos. Ante todo, la
película de Hong Sang-soo, es una comedia costumbrista, que
se para en pequeños detalles que nos llaman la atención de la vida
cotidiana. Esa botella rota, peligrosísima en la arena, un problema
del que todos hablan pero que nadie es capaz de solucionar -el
personaje intenta enterrarla patéticamente con el pié como para
sentir que actúa, quizá agravando aún más el problema. Podemos
desprender toda una norma de comportamiento y un problema social a
partir de este detalle que a todos nos ha pasado alguna vez. El faro,
que tampoco es nada del otro mundo; el camping destartalado; un
pueblo bonito pero nada idílico; un socorrista que apenas entiende
el idioma y que desborda ingenuidad amorosa y exagerado positivismo.
Y sobre todo, las remarcadas diferencias interculturales: la europea
derrochadora y caprichosa; los coreanos salidos y demasiado obvios.
Un pequeño fresco a través de esos nimios detalles que tanta
atención terminan captando.
Sorprende en una película con un
estilo tan propio del cine intelectual del sureste asiático,
encontrar una comedia tan coñera y sin complejos. Ante todo, la
película de Hong Sang-soo, es una comedia metanarrativa. Uno
de esos experimentos que abordan el proceso de creación narrativa,
de guión en este caso a través de la figura de la joven que va
elaborando una historia contemplando diferentes posibilidades. Se
juega así a variar el argumento con combinaciones de situación. Por
un lado, una manera de hablar de la magia de la narración, de las
posibilidades infinitas ante nosotros con unos pocos elementos como
premisa (una francesa en Corea, amor, un faro, un socorrista que vive
en un camping...). Pero por otro lado, también transmite una idea
sobre nuestra realidad: la fragilidad de la contingencia, cómo puede
cambiar nuestra vida solo modificando un poco nuestros puntos de
partida, los encuentros casuales, el azar. Lo poco robusta que es la
vida que nos ha llevado hasta el punto en que nos encontramos, y que
nos parece una realidad inmutable. También tenemos cierto juego de
espejos, con los personajes que hacen el rol de director coreano, sin
duda, elementos propios y hasta cierto punto personales. Uno piensa
en Woody Allen, en Charlie Kaufman, aunque rebuscando más, y
cambiando Corea por Japón, podemos recordar a Beatrice Dalle, la
versión salvaje de Isabelle Huppert en H story, otra historia
de espejos y de metacine, con una francesa perdida en Oriente. Y si
apuramos aún más y recordamos que aquella película era una
referencia directa a otra de francesa enamorada en Oriente, Hiroshima
mon amour, de Resnais, es fácil pensar en el atrevido director
francés y sus continuos juegos con la estructura, la narración y
las variaciones. Una influencia más que posible. Así cerramos el
círculo.
Sorprende en una película con un
estilo tan propio del cine intelectual del sureste asiático,
encontrar una comedia tan coñera y sin complejos. Ante todo, la
película de Hong Sang-soo, es una comedia romántica.
Parejas rotas, amantes, cortejos. Un poco de todo, pero si apuramos
un poco la estructura a través de sus segmentos, podríamos
encontrar una historia de amor entre el personaje de Isabelle
Huppert y el del socorrista, que va evolucionando hasta el final,
aun sin hacerlo dentro del mismo hilo. La película es cínica y no
tiene rubor en apoyarse en el patetismo para subrayar el aspecto
cómico. La delirante canción improvisada en esa deprimente tienda
de campaña, el director que insiste en ser solo amigos cuando es él
el único que pretende otra cosa, los celos absurdos, el
descubrimiento in fraganti. Y sin embargo, por encima de toda esa
mirada escéptica, sobresale la idea más romántica: esa pareja
fortuita, la extranjera y el socorrista, cuya atracción sobrevive a
la contingencia, es independiente de las circunstancias. Podemos
cambiar aquello de que el amor es más fuerte que la muerte por "el
amor es más fuerte que la suerte".