El espía, título diáfano donde los haya, es una de esas películas que llegan a nuestras pantallas en plenas fechas navideñas sabiendo de antemano que pasarán sin pena ni gloria, y que apenas sí tendrán 4 o 5 espectadores en la mejor de las sesiones del domingo por la tarde. Una cinta de presupuesto modestísimo y con esos actores que, cuando quieren buscarse un papel protagonista, lo tienen que hacer en películas precisamente como esta.
Hablo de actores como Chris Cooper, que sabe perfectamente que ha nacido para secundario (recordémosle en títulos como American beauty o El ladrón de orquídeas, que le valió el Óscar a mejor actor de reparto). De vez en cuando, alguien a quien el presupuesto no le da para más recurre a actores como él para ofrecerles el protagonista de su película. Quizá un personaje no demasiado sabroso pero, después de todo, un protagonista. Algo así debió suceder esta vez y, claro, el bueno de Cooper aceptó.
En este caso, le acompaña algún que otro nombre interesante; es el caso de Laura Linney, aún en cartelera en la flojita Diario de una niñera, o Ryan Philippe, uno de los jóvenes protagonistas de Banderas de nuestros padres.
Les dirige Billy Ray, que también participa en el guión. No podía ser menos, claro, ya que Ray es ante todo guionista (con trabajos como Plan de vuelo o Sospechoso cero). Su actividad como director sólo le reporta hasta la fecha un trabajo anterior: El precio de la verdad, otro thriller con periodista honesto luchando por la verdad.
Al final, El espía irá un poco por esa misma línea, con su protagonista luchando entre el deber y el honor, ese dilema tan del cine yanqui, en una trama convencional de espías. Convencional, a pesar (o quizá precisamente por eso) de estar basada en una historia real.