Paul Thomas Anderson, es a mi
entender, el mejor director en activo del momento. En unas pocas
películas ha demostrado sobradamente un dominio asombroso en el uso
de la banda sonora, en el control de grandes secuencias paralelas, en
el retrato de personajes inolvidables. Su cine rebosa emoción
-muchas veces de forma indirecta- y un fondo de lo más denso. Pero
sobre todo, llama la atención su inquietud, como pasa de hacer una
obra maestra solidísima como es Magnolia a un cine casi
experimental como es Punch Drunk Love. Como espectador,
quedamos a la espera de ver cómo nos sorprenderá en su próximo
proyecto. Cada uno de sus trabajos dejan un regusto inequívoco a arte.
En este caso, arremete contra la
cienciología, aunque el alcance de su obra llegará mucho más
lejos, a temas más universales. Un tema que nos
muestra que su valentía formal también contagia a su atrevimiento
en los contenidos, y lo hemos visto en las dificultades que ha tenido
para sacar el proyecto adelante. Lo cierto es que ya se ha visto
recompensado, y es que en Venecia fue la sensación, con dos premios
gordos: para su dirección, cómo no; y mejor actor repartido entre
los dos protagonistas principales.
Y atención, porque este es otro de los
pilares de esta película, sus dos geniales protagonistas. Philip
Seymour Hoffman, habitual de Anderson, y uno de los mejores
intérpretes del momento. A su lado, Joaquin Phoenix,
probablemente seducido por la polémica del contenido, y que es otro
de los grandes. Su duelo de carisma, tanto dentro de la trama como a
nivel interpretativo, recordará al que enfrentaba a Daniel Day Lewis
y Paul Dano en el anterior trabajo del director, Pozos de
ambición. Uno de esos papeles jugosos, que viene dibujando
Anderson en sus últimas películas, muy relacionados con la
manipulación; en definitiva, la figura del predicador.
Si aún no sois fans de Paul Thomas
Anderson, aprovechad esta película para convertiros. Usaré una
expresión muy manida que esta vez sí tiene validez: una cita
ineludible.