Estamos sin duda ante una de las citas ineludibles del año: David Fincher vuelve y lo hace con una apuesta interesante, sustentada en un texto original de F. Scott Fitzgerald, escritor que fue de clásicos como El gran Gatsby. Su relato original parte de una premisa argumental curiosa y original que, por supuesto, no desvelaré para que aquellos que no la conocen lleguen vírgenes a la sala de cine.
Eso sí, lo que parece claro es que Fincher se pone serio. Ya lo hizo con Zodiac, después de ese divertimento que fue La habitación del pánico, si bien Zodiac también tenía algo de juego, no por tenebroso menos lúdico.
De momento, una de sus cartas de presentación es el nombre, prestigio y calidad de sus protagonistas, comenzando por un Brad Pitt que sigue apostando a caballo ganador. En buenas manos es un intérprete muy interesante, capaz de aportar matices. Le quedan por delante varios papeles importantes.
A su lado, Cate Blanchett, con la que ya compartió escena en Babel. No me cansaré de decirlo: es la mejor actriz del momento, la mejor actriz del mundo. Es un lujazo para cualquier película, para cualquier director y para cualquier partenaire.
Fincher se apoya además en interesantísimos secundarios como Tilda Swinton u otros como Elias Koteas o Julia Ormond, actores que nunca han llegado a un status de primera fila pero cuyos rostros siempre son familiares para el espectador. Y, por cierto, permitidme que cite a otros de los secundarios de la película: Ali Mahershalalhashbaz. No le conozco, no he visto ni una peli suya, pero es divertido citarle. Leerle debe ser más jodido, ¿verdad?
Sea como fuere, el gran atractivo de esta película es el propio Fincher. Es uno de los grandes nombres del presente del cine yanqui, y debe ser una de las vacas sagradas del futuro.
Lo dicho, una cita ineludible.