Este año en el festival de cine de San
Sebastián se podrá ver una retrospectiva temática titulada "los
nuevos caminos de la no-ficción", un asunto éste que aparece en
cualquier tertulia de cinéfilos con carnet de intelectual. Los
documentales cada vez buscan más la innovación y la frontera con la
ficción se diluye, de ahí la precisión (y cierta pedantería) del
término "no-ficción". Pues bien, la nueva película de Naomi
Kawase muy bien podría haber ido a parar a este apartado, pero
en lugar de eso, la
directora japonesa, se podrá ver en sección oficial. Lo cierto que también tiene otro título en esta sección.
No hay que conocer mucho del trabajo de
Kawase para darse cuenta de dos cosas. Uno: se trata de una incursión
más en la reflexión sobre la vida y la muerte, los que llegan y los
que se van. Dos: poco importa si se trata de un documental, ficción
o un híbrido (hay que apuntar en cuanto al híbrido que la cineasta
ha usado material propio rodado en 16 mm). Digo que importa poco pues
su cine no se caracteriza precisamente por la presencia de un
poderoso argumento de ficción. Es un cine más cercano a la
simbología, a las sensaciones (consigue atmósferas verdaderamente
palpables sólo con el uso del sonido de ambiente). Recuerdo, por
ejemplo, en su película Shara, una larga escena de desfile
callejero que, por mucho que se tratase de ficción, no quedaba muy
lejos de lo que podría haber sido un documental.
En definitiva, olvidando por un momento
las etiquetas (aunque me encante etiquetar), la cuestión es clara:
nos encontramos ante una obra reflexiva, que posiblemente contará
con una textura hipnótica (o cuando menos, muy cuidada, desde luego
con pretensiones artísticas), pero puede resultar, para quien no
entre en el juego de las sensaciones y las reflexiones, un verdadero
infierno tedioso, lento y sin rumbo. Yo he avisado. Con todo, una de
las películas a tener en cuenta en esta edición, y de la que se
pueden sacar muchos aspectos positivos.