Ya lo apuntaba en mi precrítica. Estas películas difícilmente pueden ser redondas, porque te aparece esa tonta postal final o ese insulso episodio protagonizado por Maggie Gyllenhaal y, lógicamente, bajan el nivel. No todos los capítulos pueden ser maravillosos, sentidos, brillantes, ingeniosos, interesantes.
Pero casi. Salvo tres episodios contados, el resto de las historias, muy pequeñas historias que Coixet, Cuarón, los Coen, Craven y unos cuantos más nos cuentan son una auténtica delicia.
Es difícil y estúpido, supongo, entrar a analizar una película como esta, así que lo único que puedo hacer es reconocer haber disfrutado con esa vampiresa enamorada de Frodo. Con Gena Rowlands y el premio Donostia Ben Gazzara cara a cara, en una conversación EXQUISITA. Haber asistido patidifuso a la espídica narración de la relación sentimental del chico ciego y la aspirante a actriz. Haber sentido pesar por esa muchacha que no puede cuidar a su hija... por tener que cuidar a la de otra. Haber reído a gusto con ese pardillo Steve Buscemi, tan fuera de sitio, y tan en su sitio. Qué grande es.
Podría seguir así hasta citar todas las historias, pero no quiero aburrir. Así que señalo esa postal final, el cuentecillo ridículo del local chino y el citado episodio protagonizado por la Gyllenhaal como los únicos que, rotundamente, no me han gustado.