El director japonés Kiyoshi Kurosawa demuestra en su nueva película que no es un creativo atrapado en los convencionalismos del J-Horror. Lo hace además a través de un trabajo de autor sobre el deterioro de los distintos tejidos sociales de su país, especialmente el familiar. Ciertamente, el mayor descubrimiento de Tokyo Sonata es la versatibilidad de su realizador.
A Ryuhei le han echado sin previo aviso del trabajo, después de años de dedicación a la empresa. Su mujer intuye que algo no va bien pero calla. El pequeño Kenji, un niño adelantado cuya inteligencia pasa desapercibida, sueña con aprender a tocar el piano. Más tarde entra en escena Taka, que malvive repartiendo toallitas publicitarias y no tiene del todo claras sus prioridades en la vida. Aunque al espectador europeo nos pueda parecer un compendio de tópicos, lo cierto es que la familia que retrata el film no se aleja demasiado de la realidad. Japón en un país diferente en el que la modernidad y la tremenda presión social han hecho que las relaciones familiares se diluyan a pasos agigantados.
La familia protagonista ejemplifica a la perfección la problemática de una sociedad en la que la doctrina del éxito se convierte en una exigencia. También nos habla de la figura de la mujer entendida exclusivamente como ama de casa, el problema del paro, el omnipresente suicidio o la falta de comunicación. En resumidas cuentas, se trata de un compendio de traumas característicos del país del sol naciente, ya retratados por separado en infinidad de películas pero que en esta cristalizan en las rutinas de los miembros de una misma familia. No todas estas temáticas se abordan con igual acierto. La mejor plasmada es esa que subyace bajo el resto, el silencio de los secretos que el sonido del tic-tac del reloj acentúa durante las comidas. Cuando nos habla de otras cosas, como la presencia de Japón en los conflictos mundiales, se queda un poco corta.
Los actores Teruyuki Kagawa, Kyôko Koizumi, Inowaki Kai y Yû Koyanagi encarnan a la perfección a los miembros de la familia Sasaki. Se llevan la palma el padre y el más pequeño. Sus dos interpretaciones contrapuestas -explosiva una, contenida la otra- son dignas de mención. El director de Kairo y Cure abandona durante gran parte del metraje ese estilo hipnótico que le ha caracterizado para centrarse en las calles de la metrópoli de Tokyo y la intimidad de sus viviendas, aunque lo recupera en los momentos más oníricos, con el granulado como estética del sueño. Tampoco se descuida el apartado musical, evidentemente centrado en el piano.
El punto fuerte del film es un inesperado giro argumental. Efectivamente, el guión de Kurosawa y Max Mannix juega a dos bandas. Aunque llega un momento en el que el espectador medio se pregunta de qué va todo esto, a los aficionados al cine Made in Japan nos ocurre justo lo contrario. El desarrollo convencional deja finalmente paso a una serie de situaciones surrealistas propias del cine nipón, aunque más comedidas de lo que viene siendo habitual. Viendo aparecer personajes como el del atracador o escenas como la del despertar del atropello, solo se puede hablar de tragicomedia y surrealismo. Desgraciadamente, el director no quiere dar rienda suelta a su delirio y por eso decide cerrar el film con un final redentor. La escena de la audición de Kenji es tan hermosa como alargada.
Aunando elementos de drama, denuncia e ironía, Tokyo Sonata es un film conscientemente desequilibrado que invita a la polémica. Curiosamente, esta característica es a un mismo tiempo el acierto y la condena de la película. Quienes, engañados por el comienzo, esperen un desenlace tradicional se sentirán engañados. Los espectadores deseosos de ver algo diferente ven recompensado su esfuerzo, pero tampoco se sientes del todo satisfechos. ¿Acierta Kurosawa al desequilibrar la balanza? Juzguen ustedes mismos.