Crítica de la película 10.000 Km por Iñaki Ortiz

Una historia intemporal en nuestro tiempo


5/5
09/05/2014

Crítica de 10.000 Km
por Iñaki Ortiz



Carátula de la película La apuesta de Carlos Marques-Marcet es sencilla y al mismo tiempo compleja. Una pareja separada por 10.000 km y sus conversaciones a través de videollamada. Dos localizaciones de interiores y muy poco más. Estas premisas se respetan al máximo, sin permitir salir a los personajes de estos dos escenarios. No en el plano, aunque sí a través de otros medios como fotografías o algún otro elemento similar. Las limitaciones en el cine, especialmente las que uno mismo se impone, suelen ser una gran fuente de creatividad y este caso no es una excepción.

Se aprovechan todos los recursos a su disposición. La decoración y la iluminación de las casas. La de ella con esos muebles de IKEA impersonales, tan blancos, tan provisionales, que según va cambiando su situación personal dejan entrar el color con muebles más acogedores. La oscuridad y el caos que va apoderándose de la casa de él. El protagonista poniéndole él solo la funda al edredón, y superado por ello. Consigue incluir a los dos en plano, estando uno de ellos en la pantalla del ordenador, pero evitando el marco. Y por supuesto, el excelente y a la vez discreto plano secuencia inicial.

Uno de los puntos fuertes de la película es su hiperrealismo. Lo vemos ya desde la primera escena de sexo, absolutamente cuidadosa con los detalles naturales del sexo en pareja, que es poco habitual encontrar en el cine. Las conversaciones rutinarias, las reacciones inadecuadas, las cuestiones de la vida. Es tan fácil identificarse a un nivel íntimo con cada detalle, que el drama se asimila dolorosamente. En cuanto al realismo, está muy cuidada la comunicación entre ellos, que fue rodada de una manera muy cercana a la verdad. Todo esto es posible gracias a la calidad de las interpretaciones de ambos, claro.

La estructura resulta de lo más interesante, con sus tres grandes bloques simétricos. Esta simetría general se mantiene en pequeñas situaciones que se repiten a modo de espejo: los sucesos de los primeros veinte minutos tienen un reflejo casi idéntico pero invertido al final; y lo que va ocurriendo al principio del segundo tercio, se repite al final del mismo, muchas veces con sentido inverso. Probablemente con el tiempo que pasan incomunicados, como eje. En general vamos viendo una transformación gradual en los personajes que les lleva desde puntos distantes hasta el extremo opuesto. La parte central está fragmentada de forma abrupta como en 71 fragmentos de una cronología del azar de Haneke, consiguiendo una mayor agilidad y una sensación mayor de falta de unión natural entre ambos y de desubicación espacio-temporal.

Otro aspecto llamativo es la presencia de las nuevas tecnologías. Es doble. Por un lado, y de forma evidente, en la forma en la que se comunican, a través de Internet. Podría parecer una evolución trivial de las historias de enamorados que se comunican por carta, pero la inmediatez y la imagen hacen que esto sea cualitativamente distinto, al mismo tiempo que supone el pan de cada día de muchas parejas de la actualidad. Por otro lado, el trabajo que realiza ella, trata sobre webcams, sobre Google y demás. Paradójicamente, se consiguen elementos propios del postcyberpunk en una historia profundamente cotidiana. Una especie de postcyberpunk costumbrista. Lo vemos en ella abrazando el portátil -imagen de pura abstracción espacial y amor virtual- y por supuesto en la frase tan real como científicamente evocadora acerca de su vida reciente almacenada en un Datacenter de Google. Esto nos lleva también a un nuevo tipo de lenguaje audiovisual, que transita por caminos similares a los de Blog de Elena Trapé o Catfish de Henry Joost y Ariel Schulman. Un buen ejemplo es la redacción del email, que amaga y nos permite leer un monólogo interior del protagonista, de un modo que todos reconocemos como verdadero.

En definitiva, una película excelentemente estructurada, que nos presenta una historia realista y emocionante, intemporal y universal, al tiempo que habla de nuestra época. Brillantemente interpretada por Natalia Tena y David Verdaguer.



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