King Kong en tres actos. Dicen que toda obra que respete la estructura clásica ha de tener tres actos. Y King Kong así lo hace. Para bien y para mal. Para bien por su fantástica hora inicial y por su tramo final. Para mal por su insoportable y tristemente errónea hora central.
La primera hora de película es francamente (e inesperadamente) buena. Es cine. Buen cine. Peter Jackson se muestra increíblemente interesado por sus personajes y dibuja todo con pausa, con acierto e incluso en varias ocasiones con brillantez. El enfermizo viaje que les lleva directamente al Averno no necesitaba de la explícita mención de "El corazón de las tinieblas". El texto de Conrad se muestra como influencia evidente de Jackson a la hora de dotar de vida a su historia antes de la aparición del gorila.
Aparición que no llega hasta pasada la hora de película. Algo que, por supuesto, me ha gustado. Es un dato más en favor de la confianza en su buen hacer que Jackson destila durante la primera hora. Sabe que es capaz de ir metiéndonos el miedo, la tensión, el interés, la inseguridad en el cuerpo solamente con sus personajes y ese barco que naufraga con rumbo.
King Kong aparece e, infográficamente, no defrauda. Pero a partir de aquí, la película se pierde y Jackson se equivoca de medio a medio. Comienza la segunda parte y King Kong se convierte en Jumanji, incluyendo pasajitos de Jurassic Park e incluso de ese híbrido que ya cité en mi precrítica: Kong vs Jurassic Park. Insectos, murciélagos, dinosaurios y demás fauna jumanjiana se dedican durante una hora larga a tocar los cojones a los actores (durante la primera parte de película, personajes; ahora ya solo actores) escena tras escena, en un carrusel repetitivo y cansino.
Y sí, lo reconozco, supongo que a frikis de los f/x y fanáticos varios de lo digital, ver como la piel rugosa de los dinosaurios cobra vida a cada movimiento debe ser lo más de lo más, ¡wow!. Eso supongo. Pero yo, de esa hora larguíííísima solo salvo esa escena que bordea el ridículo con quizás demasiado riesgo... pero creo que sin llegar a pasar esa fina línea que separa lo blanco de lo negro: Me refiero a la secuencia en la que Naomi Watts poco a poco le "coge el tono" al gorila ofreciéndole pasitos de baile y números malabares. Me divierte ver como el mono grandullón no deja de ser un animal que quiere cariño y diversión, y que nada le hace más gracia que levantar a la minúscula humana para tirarla con un golpecito de su dedo índice. Me gustó. Lo único en un 'buen' rato.
Luego Kong llega a Nueva York. Bueno, esto nos lo sabemos y lo mejor que puedo decir es que está bien contado y se sigue con interés. El espectáculo preferido de tío Dollar vuelve enseguida y amenaza con joder también la parte final de la película (el mono persigue por las calles de Nueva York al super taxi de Adrien Brody -que, por cierto, a partir de la llegada a la isla no pinta absolutamente nada en la película)... pero sólo es un momento de miedo; Kong enseguida descubre de nuevo a su rubia preferida bajo la nieve y viene otro de esos momentos entre lo gracioso y lo ridículo. El mono se divierte ahora descubriendo que en el hielo... ¡patina! Y lo bien que se lo pasa.
A lo que iba: Lo que de nuevo lleva a esta tercera y última parte a un nivel elevado es el cierre en el Empire State Building. Bravo, bravísimo, en esta escena. Tan lírica como épica. Y buen ritmo; de nuevo Jackson vuelve a un tempo más pausado, más majestuoso, tanto como la imagen del gorila enbravecido y herido de muerte, pero sin rendición posible, encaramado a lo más alto de la torre y golpeándose con furia el pecho, esperando la llegada de otra avioneta para intentar alcanzarla con sus garras... las mismas con las que acaricia a su rubio objeto del deseo, antes de resbalar al abismo.