Esto no es CSI. Aquí como mucho se llega a saber lo que tarda un caramelo en la boca... a base de probarlo. Aquí no aparece Horatio, intimidando al detenido y con una seguridad chulesca, no. Tenemos a Luis Tosar, que no se atreve ni a quitarle la cámara de fotos al detective privado (único momento en que saca la pistola). Un policía que cuando descubre al detenido lo que hace es ir a su casa a pedirle por favor que se entregue, no hay pruebas suficientes. Y casi le convence. Un policía que cuando le relevan del caso dice que lo que menos le importa es el caso, algo completamente inusitado en estas historias. Al fin y al cabo el caso sólo es su trabajo, no su vida, me creo a ese policía. También ayuda la natural interpretación de Luis Tosar.
Comprendo que este no es plato para todos los gustos. La investigación, eje inicial, pierde fuerza a medida que avanza la película y finalmente descubrimos que no está relacionada con la historia de Celia. Quizá un juego al despiste inadecuado. La cosa termina como termina. No atrapan al criminal, a pesar del juego maravilloso del caramelo para dejar de fumar (digo maravilloso porque vemos como el policía va lanzando indirectas sobre fumar, un tú a tú, una labor policial de personas). La historia de Celia termina como termina. Y a mí me encantan ambos finales. Diferentes.
Me gusta la forma en la que está rodada. Quizá después de ver la estancada dirección de “Lo que sé de Lola” esto me parezca mejor de lo que es. Un estilo típico independiente de cámara digital en continuo movimiento, pero sin abusar y con un toque personal bien cuidado. Muy adecuada para entrar en la intimidad de una familia, ágil y cercana.
Me ha gustado ver una historia contada de forma diferente, sin seguir los esquemas preestablecidos del cine policiaco americano, guiándose más por el sentido común que por otras películas. Una película para quienes buscan otra cosa.