Wayne Wang es una figura imprescindible a la hora de hablar del cine independiente norteamericano. Este colaborador habitual en las incursiones cinematográficas del escritor Paul Auster tiene en su haber obras francamente interesantes (El club de la buena estrella) junto a otras producciones no tan notables, destinadas principalmente al consumo de masas. Por fortuna, en el caso de A thousand years of good prayers nos hallamos ante un ejemplo de las primeras. El director adapta para la ocasión uno de los relatos de la novela homónima de Yiyun Li para contarnos la difícil relación existente entre un padre y su hija, que han perdido el contacto con el paso de los años. Así pues, el anciano progenitor, de origen chino, se desplaza hasta Estados Unidos para encontrarse con una completa extraña en un mundo igualmente extraño.
Nos hallamos ante ese tipo de películas que dibujan una sonrisa intermitente en el rostro del espectador. Una historia entrañable y algo ingenua que mezcla comedia y drama a partes iguales. Mientras que el choque familiar servirá para profundizar en el segundo género, el encuentro cultural será un pretexto perfecto para mostrarnos los momentos más cómicos del film, logrando de este modo un perfecto equilibrio entre las dos vertientes citadas. Como comedia no cabe duda de que la película va a funcionar. Contiene todos los elementos necesarios para ello. Ahora bien, lo realmente complicado va a ser compaginarlo con su vocación dramática. En consecuencia, el actor Henry O asume el deber de sostener con su interpretación una gran parte del film.
Cine de calidad a costa de un afamado director y cuya historia parte de una premisa tan interesante como lo es la contraposición de dos culturas y mentalidades diferentes, reunidas en la figura de un padre y una hija a quienes solo une un mero vínculo de sangre. A pesar de no obtener ningún galardón en el reciente Festival de Toronto, el film de Wayne Wang causó una excelente impresión. Puede ser una grata sorpresa.