Propuesta y fórmula del siempre bienvenido Fernando Trueba en el Zinemaldia. Un trabajo hecho desde el cariño y recuerdo a dos personas queridas y obra elegante de conceptos y conocimientos universales a partir de un contexto histórico que puso fin a una época tan diferenciada. La crítica no debe ser castigo y no lleva ni látigo ni correa, es un intercambio de impresiones, por eso, aunque considere este trabajo muy agradable estéticamente, coqueto y cuidado también peca de la pedantería propia de las esferas artísticas y el innegociable lugar al que según ellos les pertenece ser elevados por esta condición hacia una parcela privilegiada.
Mención especial, necesaria e indudable para el tandem Jean Rochefort y Aida Folch, sobretodo para esta última que a pesar de su juventud ya arrastra un número importante de trabajos no le ha tenido que ser fácil posar para todos, también cuando el piloto está apagado. Seguramente una aportación extremadamente rica en su carrera y todo un lujo en el caso de Rochefort que es portador de la calidad que uno genera a lo largo de una dilatada carrera.
Un trabajo elegante, fruto del boceto y de la transformación de la misma idea totalizadora. Disfrutando de la luz, el blanco y negro, una comunión entre la ceremonia más absoluta, la plegaria, el rezo. Dotada de un peso político e histórico de gran trascendencia en estos días, no solamente el destino de la Europa II Guerra Mundial sino del artístico, el final de sus días que se pueden contar con los dedos de una mano. Una experiencia estética con un tono y una musicalidad penetrante a través de las imágenes y del fotograma. Una obra que ya estaba terminada para su director como persona y que se completa con su proyección al resto de los mortales como peón de la industria.